jueves, 5 de octubre de 2017

COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
EL MAESTRO
Cuando temeroso, por la incertidumbre de qué habrá de encontrar en la escuela de la que en casa ha oído hablar con tanto interés, el niño llega al aula y lo impresiona la figura de quien a partir de ese momento será su maestro o su maestra, la persona que después de sus padres, se explicará que es la más importante en su vida, lo es más de quienes vendrán después, en las maestrías y doctorados, porque ese primer profesor o maestra fue quien le enseñó las primeras letras, es decir: la raíz de la sabiduría de la vida.
Ese cariño que se convierte en amor al maestro, en figura permanente en el pensamiento, en la imagen de su personalidad y sus gestos, en el alimento eterno con los
matices de su voz, son y serán hasta el fin de los días el nutriente más importante del hombre, de la mujer, del ser humano que en su paso por la vida es iluminado por es antorcha que con luz diáfana comenzó en su primera aula, hasta que logra explicarse, al paso de los años, que el aula se amplió, alcanzó la geografía de la patria, del continente y del mundo y que fue su maestro quien le abrió los ojos al conocimiento del universo.
Por eso no importa si es científico o empleado modesto, profesionista o no, hombre o mujer, ama de casa o líder mundial, porque todo comenzó en el aula, en su primera escuela, donde la figura inmarcesible sigue siendo quien le enseñó las primeras letras.
Atrás del maestro o de la profesora, hay historias, tantas como las estrellas y los luceros que cada noche observamos en el firmamento.  A mí me tocó vivir algunas en casa, particularmente una, la de mi madre, y disculpen por favor el testimonio, pero me sirve para entenderlos a cada uno de ustedes, queridos maestros, y para quererlos más.
Ella fue maestra rural. En esos años en Guerrero casi no había carreteras, tan sólo brechas o como se les decía entonces: Caminos de herradura, y le tocaba llevar libros y cuadernos, lápices y la modesta despensa en una bolsita de palma. Me pidió la acompañara porque la caja de cartón pesaba y nos fuimos. El autobús llegó hasta determinado punto y de ahí a caminar. Comenzamos a subir la cuesta entre pinares y una vegetación asombrosa por la que cada ocho días ella caminaba como ella misma decía: Sola y su alma.
De pronto las nubes negras comenzaron a descargar sus rayos, truenos espantosos acompañados de una lluvia inclemente. Con una bolsa de naylón cubrimos la caja de los libros, Intentamos avanzar mientras nos resbalábamos en el lodazal. Las vainas de los pinos y la hojarasca, expandidas en el suelo, nos hacían imposible el tránsito. Resbalé una, dos, más veces y con dificultad, caminando atrás de ella, me incorporaba. Entre truenos y el ruido de la lluvia, alcancé a escuchar su voz. Todavía la escucho cuando con firmeza, esa hermosa voz que tienen ustedes los profesores y las maestras, me ordenó: ¡Camina!
Y así, empapados y cargando los implementos escolares para los niños, fue que llegamos a esa escuela localizada en la parte más alta de la sierra, en medio del bosque donde la campana era un riel colgado de unos troncos que mi madre tocaba para llamar a clases.
¿Cómo no voy a amar por siempre a mis adorados maestros y a mis queridas maestras?
Una mañana vi venir al maestro Aarón M. Flores que algunos de ustedes conocieron y trataron y a lo mejor hay alumnos suyos aquí.
El maestro Aaron acompañaba a su esposa, venían del mercado caminando hacia el centro de la ciudad. El cargaba en el hombro la canasta de astillas con los alimentos familiares. En la esquina de la Asunción, esa mañana de domingo había un vendedor de cuadros con paisajes lindos. Vi unos barcos en un muelle y lo compré rápidamente.
Maestro, le dije. Usted nos da todo a sus alumnos, y nosotros nunca le damos nada. Permítame obsequiarle este cuadro, con mucho cariño maestro. Lo recibió y lo observó. Me miró fijamente y me dijo: Gracias, muchacho.
Pasaron muchos años y cuando su enfermedad había avanzado lo fuimos a entrevistar a su casa. Nos recibió con su amabilidad ejemplar. Estaba acostado cubierto con un sarape. Era el atardecer, y cuando me vio, después de muchos años, me dijo: Ve lo que está encima del ropero. Era el cuadro, los barcos y el muelle que hacía años le había obsequiado.
Y quiero decirles que sólo un maestro de esa estatura de apóstol, de santo y de sabio, encarna la humidad de lo que es la genuina guía de lo que son ustedes, esos términos diamantinos que hace años ya no se usan: Apóstoles de la Educación. Qué privilegio admirarlos y quererlos. Qué lección del maestro Aarón M. Flores.
Porque exactamente ese mismo espíritu grandioso lleva en la sangre mi amigo, el señor profesor don Adolfo Calderón Nava. Es por lo que compartimos, y me siento muy honrado por ello, este homenaje que rendimos a ustedes, a los maestros de Guerrero.
Disculpen que hable en primera persona, pero sin duda que fui muy pretencioso al fijarme como meta reunir en un solo tomo el perfil de solamente cien de ustedes, amados maestros. Pero, detalles aparte. El sabor que esta modesta obra lleva como aportación esencial a los lectores, es el ejemplo de cada maestro, de cada uno de ustedes que al igual que los sembradores bíblicos, la fatiga, las adversidades, los obstáculos impuestos aún por la propia naturaleza, las vencieron, para cumplir como Simón Bolívar, su misión con la patria. Y hoy su ejemplo sirve de guía a las nuevas generaciones.
Al entregar estos libros a ustedes, con un profundo respeto, cariño y admiración, su autor desea expresar un reconocimiento especial al profesor Adolfo Calderón Nava, que encabeza con ello una generosidad y homenaje del Sindicato Único de Servidores Públicos del Estado de Guerrero a todo el magisterio, y estamos a la vez reconociendo la ardua tarea de los maestros que engrosan las filas del SUSPEG, que como los ejemplos aquí vertidos, también en su juventud y a través de su trayectoria valiosa, entregaron sudor y esfuerzos en la enseñanza escolar.
Deseo agradecer muy cumplidamente la aportación de datos a cada maestro que entrevisté, o en su caso a sus queridos familiares quienes además me aportaron fotografías y datos. Muchas gracias.
El libro adolece de algunos detalles técnicos que salieron de nuestro control pero que no obsta para expresar que a pesar de ello, lo medular de la obra es el interés con que se elaboró el material básico. Una gran disculpa por ello.
Maestro Adolfo Calderón Nava, gracias por su confianza de permitirme elaborar esta obra. Pero gracias muy especiales por enseñarnos de qué está hecho un hombre como usted, dirigente honesto y leal a la sociedad en general y a sus compañeros.
Don Adolfo Calderón Nava solicitó al autor, entrevistar a tres de sus maestros en sus diferentes épocas estudiantiles para significar algo que lo engrandece y distingue como ser humano: La Gratitud.
Gracias, maestro por su lección.

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