ARTÍCULO

Los retenes militares
Edilberto Nava García
Hace muchos años, cuando no existía el IFE y los partidos políticos se hacían de recursos de donde fuese para desarrollar sus actividades, por una comisión partidista priista, regresaba de Costa Chica hacia Chilpancingo. En esos tiempos, el sofocante calor me bajaba la presión, así que en Acapulco simplemente transbordé y, muy débil a causa de mi baja presión
arterial, me dormí.
Al llegar a Xaltianguis, no me percaté de la orden militar de que bajaran todos los pasajeros. Era el retén militar y el último año de gobierno de Rubén Figueroa Figueroa. Un militar me bajó a empellones. Ya abajo, me pusieron de espaldas y me buscaron armas por los costados, de frente y bueno, todos los pasajeros, sólo viendo y compadeciéndose de mí. Los mílites creyeron que me estaba haciendo el dormido.
Yo no tengo duda, los militares son brutos y actúan como son, con brutalidad.
En octubre de l988 nuevamente fui delegado priista en el municipio ya harto difícil para el PRI: Alcozauca, en la región de la montaña, limitando con Oaxaca. A una semana de concluir la contienda electoral fui enviado a la región norte, pero retorné a Alcozauca, esta vez como auxiliar electoral un día antes de la elección.
Un día después de recepcionada la votación de todo el municipio, se presentó ante mí el sargento, supe que él y su pelotón habían llegado a media semana. Me dijo: tengo instrucciones de auxiliar en el traslado de los paquetes a la junta distrital en Tlapa de Comonfort.
Acepté el servicio, pero en el entronque a Tlatzala, un burro muerto estaba atravesado en la carretera y ocasionó que el vehículo de los militares cayera a un barranco no profundo, pero por llevar una bomba para agua, ésta golpeó a dos soldados quebrándoles las muñecas.
Sangrantes y buscando en el breñal espinoso sus armas, no daban con un cargador. Llegó el apoyo de la partida militar asentada en Tlapa de Comonfort, cuyo jefe dijo en voz baja: si en diez minutos no aparece el cargador, se fusila y se reporta como desertor.
Por ello, respecto a militares, la más lejana y sana distancia. Soy civilista, ajeno a las armas, por más que tintinea en mi mente aquel refrán “Cargado de fierro, cargado de miedo”. Con militares armados y encapuchados nadie sabe si son ellos o integrantes de la delincuencia organizada.

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