jueves, 4 de enero de 2018

ARTÍCULO

Apango, Kiosco, villa y gradas
Edilberto Nava García
Los sucesos nos rebasan, pues el tiempo transcurre inexorablemente sin que haya quien lo detenga ni suspenda. Y el espíritu encarnado en don Bernardo Miranda Díaz se ha desprendido; ha cumplido con la misión que le fue encomendada y va hacia el mundo de los espíritus.
Empero sabed, que si Apango tiene un kiosco en su minúsculo jardín, fue gracias al esfuerzo y dedicación de los hermanos Miranda Díaz, Aureliano y Bernardo,
albañiles ambos e hijos de don Felipe Miranda quien era alcalde en 1952-1953. Como es lógico suponer, en ese tiempo no había ingenieros civiles por acá, ni ingenieros constructores y mucho menos arquitectos ni diseñadores; no se trabajaba a base proyectos, sino como Dios fuera dando a entender. Poco después se hicieron las 94 gradas que nos llevan a la Villa, al portal de su atrio y miramos la torrecilla gracias al trabajo personal de ambos hermanos.
Los albañiles de entonces poco sabían de cuchara, escuadra, niveleta y menos de tiroleras. En Apango sólo se hacían viviendas de bajareque y de adobe. La plomada se suplía con cualquier piedra colgante de un mecahilo y las superficies se medían a base de brazadas a falta de metro y, como cada cuerpo es distinto, aunque en las escrituras no se asentaban brazadas sino metros, a la hora de verificar los perímetros, las colindancias casi siempre resultaron inexactas. Y si embargo ahí están el kiosco, las gradas y la torrecilla de la Villa. ¿Cuántos temblores de tierra se han registrado en los sesenta y cinco años que llevan en pie? Muchos. La torrecilla ni el kiosco sufrieron el menor rasguño en el sismo del 57 como tampoco en el de 1985 que devastó a la Ciudad de México. Los temblores del año que acaba de culminar también causaron muchos daños en otras latitudes; aquí, gracias a dios, se puede decir que nada.
Sin duda, todos tenemos una misión a nuestro paso por la tierra; nada es realmente nuestro, ni el cuerpo en que habita el espíritu, pues más pronto que tarde ha de morir para transformarse en tierra nuevamente.

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