jueves, 8 de febrero de 2018

COLUMNA

DESCUBRIENDO...
Bersabeth Azabay Ortíz
Hace 25 años que me embaracé y di a luz a mi primer y único hijo. Estuve en el centro de salud y mi marido nunca llegó. Le pregunté a mi suegra por qué no llegaba, al menos para conocer a su hijo. Mi suegra calló. Ese día ya en casa se vistió de luto y me dijo que me quedara recostada, que tenía que acompañar a un difunto pero que yo no podía ir, que me guardara  reposo. Se fue y regresó a cuidarme y mi marido… nunca llegó.
Pensé muchas cosas, que quizá como se  había ido a trabajar le había
salido más trabajo y que lo hacía por tener más dinero para el hijo recién llegado, y a veces la incertidumbre de que se había ido con otra mujer… pero como va a  ser esto si éramos muy felices…en fin.
Pasó la cuarentena y el tiempo de reposo, ya me sentía con energía y la necesidad de proveer alimento y vestido para mi hijo, y mis suegros que se habían hecho cargo de mí, y fue entonces que mi suegra vino y me dijo: Mira hija,  tengo que decirte que tu marido, mi hijo…murió en un accidente cuando regresaba del trabajo, el carro de volteo en el que venía se desbarrancó y muchos de sus compañeros murieron y otros quedaron heridos, no quise decirte nada, tu tenías que amamantar a tu hijo para que creciera sano como lo está haciendo.
Me solté en llanto, el esposo que tanto amaba no volvería jamás para ver el rostro de mi hijito… Mi suegra me abrazó diciéndome, se me fue un hijo pero ahora tengo una hija que eres tú, si quieres puedes quedarte, esta es tu casa, nosotros tu familia.
Desde entonces me quedé con ellos a trabajar la tierra, cosechando la cebolla, chile verde y jitomate para venderlo por caja o por montoncito en el mercado, soy muy feliz trabajando con mi familia, mis suegros y mi hijo, superando nuestras carencias y hemos salido adelante.

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