jueves, 8 de marzo de 2018

ARTÍCULO

Peca tanto el que mata la vaca
Apolinar Castrejón Marino
Los sociólogos afirman que cuando uno es joven, considera muy importante pertenecer a un grupo social. Y es tan fuerte esta necesidad de identidad, que solo cuando nos reunimos con otros semejantes, nos sentimos cómodos y tranquilos.
Lo patético de esta etapa de la vida, es que consideramos nuestros semejantes, a quienes se hacen tatuajes o se hacen perforaciones en el cuerpo, o quienes hablan con acentos, tonos y términos que podemos imitar.
Eventualmente la identidad y pertenencia a un grupo, nos ofrece resultados
prácticos cuando crecemos, pues algunos de nuestros amigos de la infancia y juventud, estarán en condiciones de prestarnos alguna ayuda.
Sin embargo, pocos de nosotros estamos en condiciones de entender cómo puede haber gente que tenga la obsesión por integrarse a un grupo social, con la intención estricta de satisfacer sus ambiciones.
Es el caso de José Antonio Meade, quien desde sus primeros estudios, tuvo el cuidado de cultivar solo amistades ligadas al gobierno, seguramente con miras a un futuro extraordinario.
Desde su época de estudiante en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), se hizo amigo de gente intensa, que luego se convertirían en imprescindibles del gobierno, como el súper secretario de Peña Nieto, Luis Videgaray, y Virgilio Andrade, el mago que lo transformó en químicamente puro, a pesar de los graves señalamientos de corrupción.
También se hizo amigo de Jaime González Aguadé, identificado por haber estado en fechas más recientes al frente de Bansefi, que funciona como caja chica del gobierno para obtener “fondos perdidos”, cuando las cuentas no le salen bien.
Aristóteles Núñez y Miguel Meschmaher, fueron sus amigos “Itamitas”, que evolucionaron para hacerse operadores políticos muy cotizados. Otro tanto hizo a su paso por la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Tecnológico Autónomo de México, y la Universidad de Yale.
Seguramente en su familia, recibió los consejos de no desperdiciar el tiempo ni las oportunidades. Ahí estaba como ejemplo, la actitud de su padre Dionicio Meade, incrustado en el gobierno, como subdirector del Banco Obrero. Realmente era un puesto modesto, sin embargo Don “Nicho” era muy bueno para identificar una oportunidad.
Y su oportunidad vino, en 1995 cuando el Presidente Ernesto Zedillo tuvo que enfrentar una grave crisis económica. La banca se le derrumbó, por malos manejos, y el banco Obrero fue escandalosamente saqueado por bribones del gobierno.
Don “Nicho” Meade, tenía fama de “muy honesto”, y nada dijo de todo el “manoseo” que presenció. Quizá en la familia Meade, en esto consiste “ser honesto”, aunque para el resto de los mexicanos, solo sea complicidad.
“Para echar ribete a la pérdida”, los banqueros acudieron a solicitar el apoyo del presidente. Pusieron cara de “pobrecitos” y le recordaron al presidente ciertos compromisos que tenía con ellos, desde su turbulenta elección. Y Zedillo se decidió por salvar a los banqueros, con un argumento inobjetable: “….para mantener la seguridad económica de miles de trabajadores”.
Y otra vez, el viejo zorro priista Dionisio Meade, desde su cargo, vio impasible como los pagarés de los grandes bancos, se convertían en “deuda pública”, para que fuesen cargados a los contribuyentes mexicanos.
Con esta acción tan vil y artera, de la noche a la mañana, se convirtió a todos los mexicanos en deudores, y se los condenó en la más espantosa pobreza.
Pero para Don Dionisio Meade fue muy productiva, porque su “lealtad” fue premiada por el PRI con una diputación plurinominal en la Legislatura 1997-2000. Este cargo tampoco fue casual, porque desde ahí contribuyó a la creación del Instituto para el Ahorro Bancario (IPAB), que se encargaría de revisar las operaciones irregulares de los bancos, y dictaminar la pertinencia del rescate del gobierno.
Así que guardar silencio, y permitir que otros hagan sus “bisnes”, para el gobierno priísta es una virtud, y como tal, ha de ser premiada. Del mismo modo, la pasividad, y nadar “de a muertito” en espera de una oportunidad
de “quedar bien” con el boss, es una práctica muy efectiva, sobre todo, cuando los hijos son unos inútiles.
A Don Dionisio Meade, esto le fue suficiente para que su cachorro recibiera la unción divina para convertirse en candidato al  puesto más preciado en la política, la presidencia de México.
¿Qué no es del partido? No importa, eso se puede arreglar ¿Qué si no tiene ninguna experiencia para gobernar? Tampoco importa, ya ni hay quien reclame ese requisito ¿Qué si hay sectores que no lo apoyan? No tiene la menor importancia, pues aquí se hace lo que diga el Presidente de la República, a través del presidente del PRI.
Solo para la gente medianamente informada, es importante que Meade y su equipo hayan participado en la mala conducción de la economía. Meade fue el encargado del incremento de impuestos, y como no fueron suficientes, mintió a los mexicanos asegurando que la recaudación fue la mayor de muchos años. Y disfrazó  esta mentira con el aumento de deuda pública.
Ahí están sus cómplices, Fernando Aportela, el encargado de la deuda, que tuvo la torpeza de contratar empréstitos leoninos que la elevaron al 50.2% del Producto Interno Bruto (PIB). Y cuando ya no podía con su culpa, le solicitó a Meade que lo pusiera a cubierto, y entonces lo sustituyó por Oswaldo Santini.
Este otro inútil tampoco pudo con el paquete, y fue relevado por Vanesa Rubio, una de las operadoras de Meade, especializada en maquillar las cifras, desde que estuvo en el Sistema de Ahorro para el Retiro (Consar).
Y son tan grandes los tentáculos del monstruo de la corrupción que atraparon a los panistas, Roberto Gil Zuarth y Ernesto Cordero, para que les sirvan de “paleros” el Congreso. Y hasta se habla de que el perredista Armando Ríos Pitter le sabe algunos secretos al candidato priista, lo cual le ha valido para “proyectarse” y escalar una gran posición en el Rankin de los aspirantes “independientes”.
Pero esa historia se las contaremos otro día.

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