lunes, 2 de abril de 2018

SUMARIO DE SEGUNDA PRINCIPAL DE PRIMERA PLANA

De militares y excesos
(Crónica)
Elino Villanueva.--¿Sueña el Croniquero? No, para nada. Es la puritita realidad de nuestros tiempos actuales, ¡y en Viernes Sannto! Catorce soldados y cuatro agentes ministeriales con cara de pocos, muy pocos amigos, lo rodean en hermosa media luna, descendido que han de sus tres patrullas, que también se antojan preciosas con sus luces intermitentes encendidas en señal preventiva, una blanca, las otras en camuflaje. “Te dije, menso. Tú naciste sólo para sufrir”, le dice el cuerpo, como queriendo escapar de ahí, asustado por los fusiles militares en ristre que hoy lucen
del tamaño de cañones, me cae. “Las cosas que te pasan a ti”, insiste, en reclamo auténtico por los riesgos en que el Cronicador lo ha metido en este más de medio siglo de locuras. Entre la espada y la pared, ni para dónde hacerse: detrás de él, lo que queda de las instalaciones del restaurante “Los Agaves”, de gratos recuerdos, y enfrente los cuatro policías de la Fiscalía Estatal, del lado derecho, adelante, y del izquierdo, atrás, los catorce militares, entre ellos una dama respetable… y valiente, se supone. Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen. “¿Qué transportas?”, dice uno de los agentes. “Fíjate qué le vas a contestar, tarugo”, advierte el cuerpo, como si hubiera tiempo para la reflexión. “No soy transportista”, responde el Croniquero, ya saben, imprudente, como si el horno estuviera para bollos. El agente ministerial eleva el tono: “¿Qué traes en esa bolsa?” “Sereno, moreno. Te tienen en sus manos. No hay escapatoria. No te pongas lunático, no seas idealista”, insiste el cuerpo, y se ríe, burlón: “¡Qué ridículo: dieciocho fusiles contra un palillo! Surrealismo puro. ¡Víva México!”. El medio círculo ya está pleno, firme, pasando el puente, en la salida de Amojileca hacia Omiltemi, en la carretera que va de Chilpancingo a Jaleaca de Catalán, a unos 300 metros de la Granja Amojileca. Las tres patrullas lanzan insolentes sus señales, como si fuera una verdadera emergencia: la detención de algún ex gobernador corrupto, la aprehensión del vendedor de la Casa Blanca presidencial, ¡la captura de los culpables de la desaparición de los 43 chicos de la Normal de Ayotzinapa! “No es bolsa, es mochila”, alega, todavía más, el Cronicador. “¿A qué te dedicas?”, exige el agente. “A criar venados”, ¡peor! Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Entre los policías, que le abren camino, pasa despacito en su camioneta el buen amigo Regino Bautista, quien se sorprende por la operación inaudita. “¿Ya ves? —dice el cuerpo, con justificada razón—. Esa costumbre de comer cacahuates con miel y yogurt en ayunas y tener que utilizar después los picadientes. Si no hubieras sacado el paquete de la mochila con los palillos ni se hubieran molestado en pararte”. La cosa está hecha. En efecto, venía el Croniquero de la Granja Amojileca a recibir a una familia hermosa que este Viernes Santo, 30 de marzo, tenía pensado desayunar en las instalaciones y luego hacer el recorrido por el venadario y la tirolesa. Sintió incomodidad en lo que queda de la dentadura y abrió la mochilita negra, sacó el paquete, y justo la iba cerrando cuando salieron de la curva las tres patrullas, con la de los ministeriales al frente, la PM06, con cuatro agentes en su interior, y las militares 0850320 y 0850323, con siete soldados en cada una. Como si fuera una operación de alta envergadura, se bajaron, primero los ministeriales, luego los militares e hicieron la media luna entre todos, ¡los dieciocho agentes!, cubriendo todos sus flancos, con sus armas en ristre, preciosas y frías, y amedrentaron al Cronicador. ¡Dieciocho contra uno! Un riesgo para la patria la ojéis mochila. Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu. ¡Tal nombre y tal apellido!, casi grita el agente que porta la credencial del Instituto Nacional Electoral, ya en la pick up Ford 150 de la Fiscalía del Estado, para verificar que no fuera a estar fichado en el banco de datos. “De veras… Las cosas que te suceden”, avienta el cuerpo, ya enfadado. La familia de visita aparece caminando allá por el puente que marca la salida del pueblo hacia la sierra. Uno de los ministeriales regresa la credencial, pero se queda con una de las tarjetas de presentación. Ni una explicación, ni un “Usted disculpe…”, algo que intente paliar el susto. ¿Cómo los capacitan? ¿O serán estos muchachos dueños de esa mentalidad chocarrera que da valor a un hombre sólo porque lleva encima un arma? ¿Esa forma de ser palurda, tosca, ramplona, de más de uno, que se complementa con el uso de gafas negras y el talante de perdonavidas? El Croniquero se refugia consternado en el grupo de visitantes: una pareja adulta, una pareja joven, una jovencita y una niña, seis en total. Caminan hacia la granja, dispuestos a vivir la experiencia de interactuar con dieciséis preciosos ejemplares de venado cola blanca, en un sitio que va para ocho años funcionando sin el apoyo económico de institución alguna, sino con aportaciones voluntarias de amigos y visitantes y el trabajo de prestadores de servicio social, maestros y alumnos de la Universidad. Pasan el retén que los militares y los policías han instalado con toda la formalidad apenas unos cuantos metros adelante. Como especie de justificación por el atropello, fingen que revisan automóviles y personas que circulan por ahí. Los visitantes permiten recuperar el ánimo del día. “Te salvó la campana”, dice el cuerpo, irónico, grosero. Guía y visitantes, ya lejos, doblan la curva hacia la Granja Amojileca, a iniciar el recorrido con la dinámica de bienvenida, un reto a la inteligencia. Soldados y ministeriales, tan pronto han perdido de vista al grupo, levantan rápido los conos rojos de plástico de la línea central de la carretera, se suben a sus patrullas, la blanca de la Ministerial y las dos camufladas del Ejército, suspenden la faramalla y se retiran. Han cumplido su misión, sus protocolos de sesuda inteligencia en el combate a la inseguridad y a la delincuencia. El Croniquero y el cuerpo vuelven en sí poco a poco de este nuevo avatar de mala suerte ¡y en Viernes Santo! El cuerpo también parece que empieza a tranquilizarse, pero le urge un mezcal sedante. Sí, pues. ¡Salud!

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