jueves, 19 de julio de 2018

ARTÍCULO

Derecho divino
para gobernar
Apolinar Castrejón Marino
En la más antigua historia, se esconde el derecho divino para gobernar. Es la primera teoría política, que se basa en el dicho de un individuo, quien aseguraba que Dios le había hablado para decirle, que era su santa voluntad, que mandara sobre todas las demás personas del lugar.
El gobierno es poder sobre los ciudadanos, y el poder es la fuerza que sostiene al poder. En ningún lugar caben los conceptos “voluntad popular”, ni “sufragio universal”, mucho menos “democracia”.
Para sustentar este dicho, tenemos a la mano el ejemplo de Andrés Manuel López Obrador, en las elecciones del pasado primero de julio. Ganó la elección por la fuerza que tiene, la fuerza del tigre. Y el tigre es toda la población que lo apoya y respalda.
No hablamos de fuerza en sentido metafórico, sino de la fuerza latente en la lucha de clases: pobres contra ricos. Los ricos poseen las plantas productivas, el dinero, y las armas, pero los pobres son el sector más numeroso, y que no posee nada más que su sangre y su coraje.
Andrés Manuel tiene la gente para incendiar todo lo que represente gobierno: los edifici
os y las posesiones “oficiales”.
Volviendo a la historia, diremos que el auto denominado rey aseguraba que Dios le daba el derecho de que los demás lo mantuvieran con su trabajo, en una vida de lujos y abundancia, para él y su familia. Tan descarada propuesta fue recibida con incredulidad, y manifestaciones de rechazo por los pobladores.
Pero pronto, los opositores fueron sometidos por la fuerza de las tropas que había contratado el rey. Y además, por amenazas de castigo divino, pronunciadas por los primeros religiosos, que también inventó ese rey. A cambio, ofrecía protección, prosperidad, y los favores más diversos de la divinidad.
La protección funcionaba contra los merodeadores, y contra los opositores que no se sometían a la voluntad del rey, la prosperidad se basaba en el trabajo de los pobladores y la riqueza de la región, y los favores de la divinidad, eran concedidas a través de los religiosos, quienes tenían la habilidad de comunicarse con Dios.
En ese momento quedó planteado el dilema de ¿Qué fue primero, el gobierno o la religión? Muchos siglos después, vemos que la parafernalia de la coronación de cualquier rey o emperador, era santificada por algún obispo o por el papa. Y al mismo tiempo, el P.A.P.A. (Pedro Apóstol Pontífice Augusto), era “reconocido” y venerado por el rey.
Y aquí estamos, en los albores de un nuevo gobierno, que medirá sus fuerzas en contra de hienas que no cederán fácilmente sus privilegios. De momento ya se cuentan varias bajas del bando de los lángaros, usted ya sabe quiénes.

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