viernes, 31 de agosto de 2018

ARTÍCULO

El garrote de la
política norteamericana
Apolinar Castrejón Marino
Las organizaciones sociales, de derechos humanos y los “dreamers”, nos sorprenden con la noticia que el gobierno de Estados Unidos es xenófobo, y tiene tendencia a discriminar a los negros y a los latinos.
El más grande contrasentido de quienes se afrentan de nuestra patria, es que su más grande deseo es vivir en ese país, porque lo consideran maravilloso, pero no están de acuerdo con sus leyes, ni con su presidente ¿Enton?
Reclaman valores morales y humanitarios, y principios democráticos y solidarios. Pero déjenos decirles que estos, nunca han predominado en aquel país, sino todo lo contr
ario. Un ejemplo.
El político norteamericano Theodore Roosevelt, estando en una situación similar a la que se encuentra Andrés Manuel López Obrador en nuestro país, a punto de tomar posesión como Presidente, el 2 de septiembre de 1901 en la Feria del estado de Minnessota, pronunció un discurso que pronto sería famoso debido a una frase: “Habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos”.
Los ciudadanos norteamericanos estuvieron completamente de acuerdo con esta forma en que gobernaría el Presidente, pero como Estados Unidos ya estaba inmiscuido en la vida política de otros países, para evitar el rechazo generalizado, optaron por proponer una “Doctrina” que proponía “proteger” a los países latinoamericanos, de invasiones e intervenciones extranjeras.
La llamaron “Doctrina Monroe”, y la frase que la sintetizaba: “América para los americanos”. La aplicación de esta política internacional fue contundente para la región:
La separación de Panamá y Colombia en 1903. El apoyo estadounidense a esa “liberación” fue para construir el Canal de Panamá, con lo cual Estados Unidos mejoraría sustancialmente su navegación comercial. Pero también Francia quería una parte del pastel, y ofreció los mejores precios para el suministro de materiales para la construcción del canal.
Esto iba contra los planes de Estados Unidos, y de manera encubierta preparó una “revolución” en Colombia, (con la ayuda de la Marina Norteamericana y 10 millones de dólares). Panamá se convirtió en una nueva república, y Estados Unidos, consiguió los derechos del canal “a perpetuidad”. Negocio redondo.
Nadie podía oponerse a la política del Gran Garrote, porque nadie superaba la fuerza militar que tenía Estados Unidos, y  así se convirtió en policía internacional, aunque no fuera admitido por los demás países ¿Y dónde quedó la soberanía de las naciones? ¿Esa es la democracia?
El ejército norteamericano participó cínicamente en  la ocupación militar de la República Dominicana. El 13 de mayo de 1916,​ durante el gobierno de Juan Isidro Jiménez Pereyra, el contraalmirante gringo William Banks Caperton obligó al secretario de Guerra Desiderio Arias, a abandonar Santo Domingo bajo la amenaza de realizar un bombardeo naval a la ciudad. Así, el gobierno y el ejército dominicano, quedaron absolutamente bajo el dominio de Estados Unidos.
Debido a unos brotes de inconformidad en la isla, el 12 de septiembre de 1906 el presidente Tomás Estrada Palma pidió la intervención militar de Estados Unidos en Cuba. Era música celestial para los oídos del gobierno de Estados Unidos, quien “aceptó” la solicitud y de inmediato envió al Secretario de Guerra, William H. Taft, a asumir el cargo de gobernador provisional de Cuba.
La ocupación militar de Haití desde 1915 se realizó con el pretexto del asesinato del Presidente Jean Vilbrun Guillaume Sam. Para “prevenir el caos”, el gobierno norteamericano envió a Haití tropas de marines con el objetivo de mantener la estabilidad económica y política. Esta ocupación se prolongó hasta agosto de 1934.
En otra ocasión, con más tiempito, les hablaremos de la intervención militar en Nicaragua en 1912, y de la mediación de los Estados Unidos en los tratados que pusieron fin a la guerra entre Rusia y Japón en 1905.
Por hoy les diremos que por “Hablar de manera suave” el Presidente Roosevelt afianzó su prestigio como un gran líder mundial, y aun le alcanzó para ganarse el Premio Nobel de la Paz el 10 de diciembre de 1906.

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