miércoles, 15 de agosto de 2018

COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
¡QUÉ BONITO ES CHILPANCINGO, AL BAJAR DE SAN MATEO!
Hace muchos años, desde la víspera, comenzaba la gran fiesta en honor de la virgen de la Asunción.
Varias Banda de “Chile Frito”, tocando frente a la iglesia.
Las campanas, accionadas por Marianito Luna, el activo sacristán repicando, llamando a misa.
Cohetes de varilla surcando el cielo y al estallar su ruido abarcaba todo el valle de Chilpancingo.
Paquetes y paquetes conteniendo rollos de cohetes de china, morados, atados por un hilillo que eran colocados a los lados de la entrada principal obsequiados por mucha gente y que de pronto se le prendía fuego y tronaba, como si el mundo se acabara pero aquello anunciando fiesta, fiesta del pueblo dejando una estela de la quemazón instantánea y un fuerte olor a pólvora que sub
ía por todas las ramas del Laurel de la India.
Las señoras llegaban al templo con sus enaguas elegantes y sus blusas blancas almidonadas y su rebozo de Chilapa con el que al entrar al templo se cubrían la cabeza y la trenza larga siempre bien tejida y que las hacía ver más bonitas.
Ya el padre Agustín estaba en la celebración frente al altar de Mármol de Carrara y sus seis acólitos vestidos de rojo y blanco muy hincaditos y bien portaditos como si de veras, en las gradas del altar...
En alguna parte de la ceremonia venía el Sermón, todo dedicado a exaltar las bendiciones y la belleza de la Madre María subida a la parte más alta del templo, en una pequeña plataforma de piedra empotrada en la pared, hacia el oriente de la nave de la iglesia, vestida de azul y blanco y su corona de oro. Y allá enfrente, en el otro extremo y a la misma altura el coro, donde don Arnulfo Escobar, el papá de la profesora Julita pedaleaba el viejo órgano que con música solemne inundaba el templo que construyó don Miguelito Leyva y su sobrino, don Pancho Leyva.
Uno de repente se imaginaba ahí a Morelos con su pañuelo blanco atado a la cabeza y sus solemnes congresistas rodeando una mesa grande de caoba en donde en uno de sus extremos estaba una gran silla vacía que el cura de Carácuaro dijo que estaba dedicada al Señor Dios para presidir los trabajos solemnes de aquel 13 de septiembre de 1913, cuando nació la Patria.
Estar en ese lugar es retrotraer y embellecer el espíritu mexicano con la petición que Don José María le hizo a la madre cuando terminó el Primer Congreso de Anáhuac: “Madre, si hemos hecho bien, bendícenos; pero si mal, perdónanos”.
Y hoy, 15 de agosto de 2018, cuando recordamos cada detalle de ese templo en el día de la virgen volvemos a ser los traviesos que jugaron en ese sitio y sus alrededores con otros que como nosotros ya el tiempo se comió su niñez, su juventud, su edad adulta y somos ancianos evocadores de lo lindo que fue Chilpancingo en nuestra niñez y que con ansiedad de universo quisiéramos que ese Chilpancingo que no tenía gas para la cocina hogareña sino pura leña y carbón con lo que azuleaba el cielo todas las mañanas, volviera a ser lo que fue, para entregárselo a las nuevas generaciones, a los nuevos niños y jóvenes que hoy pueblan nuestra tierra y que en un futuro también recordarán como dijo el poeta cuautepeco Rubén Mora Gutiérrez: ¡Qué Bonito es Chilpancingo al bajar de San Mateo...!

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