lunes, 22 de octubre de 2018

COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
“VIENE LA MUERTE CANTANDO POR ENTRE LA NOPALERA: ¿EN QUÉ QUEDAMOS PELONA? ¿ME LLEVAS O NO ME LLEVAS?” (Charro Avitia).
En tradiciones, lo mexicano en el tema de la muerte es de los más apasionantes, bellos, aleccionadores y se viven con la colocación colorida y llamativa de altares en casa, como lo hicieron los abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y los habitantes del México antiguo, sobre todo en esta región Sur, Suroeste del país.
Altares llenos de velas, veladoras, cempasúchil, pericón, sahumerios con harto copal y el sitio exacto donde se coloca el tlalmanal, que es, de hecho, el conjunto de alimentos que consumían los difuntos en la familia: Por acá, pozole, moles, tamales, atole, mezcal, semitas, toronjil, pan, tamales de frijol entero o molido, ejote o de ceniza...etcétera.
Últimamente se empieza a colocar en esos altares fotografías de los seres queridos que ya se fueron pero que en los dos primeros días de noviembre se vuelven el centro de atenciones de toda la fam
ilia, y debido a ello como que el ambiente familiar se vuelve más íntimo y acogedor, y a veces, la familia reunida, los hijos, los nietos preguntan de cómo era su abuelito, cuándo salía de tlaoclolero o de tigre o en otras danzas, cómo iban al campo, qué hacían, cuánta tierra sembraban y las cosechas.
Es decir, se tiene la oportunidad de revivir los recuerdos del viejo Chilpancingo, de cuando las abuelitas muy tempranito se levantaban a lavar el nixtamal que estuvo hirviendo toda la noche y lo molían en el metate con el metlapil y echaban en el comal las que al rato eran las memelas del almuerzo: “Sabroso chile con huevo y tortillas de mi rancho”... (rezaba una vieja canción campesina), y luego llegaron los molinos de fierro, a los que con una manivela se le daba vueltas y el nixtamal se molía.
Años después, ese Chilpancingo viejo ya contaba en diferentes puntos de la ciudad con molinos eléctricos para Nixtamal adonde también llegaban las señoras o las muchachas muy de madrugada con sus ollas o cubetas, y mediante una práctica molienda de novedosa tecnología de los años 50’s, obtenían la masa para las tortillas.
Recuerdo, entre otros viejos molineros a don Mariano Alcaraz (vecino muy querido en el Barrio de San Mateo) y de San Francisco a mi querido tío don Félix Organista Sánchez, papá de Lupe y Teofila, mis queridas hermanas (primas) a quien también en los llamados “días Santos” recuerdo con mucho cariño y mucha gratitud.
Y después de colocar los altares llenos de flores y aromas muy encontrados pero que dan frescura a la casa y a los recuerdos, ir al panteón, a la vieja avenida de los izotes donde puede uno saludarse con paisanos que no ha visto en años porque se fueron del pueblo a radicar a otras ciudades pero el día de Muertos, obligadamente llegan a Chilpancingo a limpiar las tumbas de sus antepasados y a colocar en ellas ramos de flores.
Vivencias bonitas, agradables, llenas de amor, porque no hay nada que supere en sentimiento los recuerdos de nuestros seres queridos, de nuestros antepasados, esos hombres y mujeres que pasearon por el centro de Chilpancingo, por sus barrios y calles empedradas o de pura tierra; que disfrutaron de la vegetación de las huertas que rodeaban los tecorrales, del clima, de las fiestas de los barrios, de la Banda de Música; ese Chilpancingo tan nuestro y el que aún podemos disfrutar porque sus días son pétalos de calendario que en medio de un clima delicioso nos reafirman que Chilpancingo nos quiere, y nosotros a él, pues, somos lo mismo.
Algún día también nos iremos, pero sin duda que regresaremos a estar cerca de los nuestros. No nos verán, pero estaremos disfrutando del pozole y de los moles, de los tamales y del atole que nos coloquen en los altares de flores de cempasúchil y de pericón: ¡No hay que perder ni la idea ni la fe, de que así será!

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