lunes, 1 de octubre de 2018

NOTA CON FOTOS

Como padre te digo: deja esas pendejadas; como
hombre, ¡no te eches para atrás, ve a tu huelga!
–Para Raúl Álvarez, símbolo del 68--
Rafael Aréstegui Ruiz*. CIUDAD DE MEXICO, 30 de septiembre.– El 22 de julio se presentó un pleito en la Plaza de la Ciudadela entre estudiantes de escuelas vecinas al lugar: las vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y la Preparatoria Isaac Ochoterena, incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), riñeron luego de un juego de futbol. De manera frecuente, las pandillas de la zona, “los ciudadelos” y “las arañas”, se enfrentaban causando desórdenes en el lugar bajo la complacencia de las autoridades, la policía no actuaba para detenerlas. En esta ocasión el pleito trascendió y se extendió hacia los planteles de las escuelas, la autoridad llamó a los granaderos, quienes agredieron a los estudiantes de la Vocacional número 5, invadiendo el edificio del plantel, golpeando a los estudiantes con saña, lo que ocasionó un indignación no sól
o en las escuelas politécnicas sino también en las preparatorias de la UNAM.
Los estudiantes del IPN protestaron por la violencia policiaca. La FNET, (Federación Nacional de Escuelas Técnicas) organismo estudiantil –controlado entonces por las autoridades del IPN– convocaron a una manifestación el 26 de julio, fecha en la que otros estudiantes, mayoritariamente de la UNAM y organizaciones de izquierda realizaban una marcha para conmemorar el triunfo de la Revolución Cubana y en solidaridad con la revolución socialista en la isla, misma que ya vivía las agresiones de los Estados Unidos.
La marcha del IPN debía terminar en el Casco de Santo Tomás, pero se desvió hacia el Zócalo; los granaderos los esperaban en la calle de Palma, donde fueron agredidos; pero la agresión no paró ahí, los policías los persiguieron hasta el Hemiciclo a Juárez, donde se encontraba el mitin de solidaridad con Cuba.
Los granaderos interceptaron al contingente de estudiantes que se dirigía al Zócalo de la capital del país y a la altura de Isabel la Católica, esquina con Madero, inició la represión.
A lo largo de toda la noche y por varios días consecutivos continuó la represión contra los estudiantes y la resistencia de ellos contra los granaderos. En las escuelas nos enteramos al día siguiente del primer enfrentamiento y nos llegaron noticias de que la agresión no cesaba; con un grupo de amigos acudimos en ayuda de nuestros compañeros que estaban siendo agredidos, varios compañeros de la prepa participamos en las barricadas. Yo estudiaba entonces en la Preparatoria 4, ubicada en Tacubaya.
Los enfrentamientos fueron creciendo, llegaban estudiantes de todas las escuelas de la UNAM y del Poli, y como los granaderos no podían enfrentar el ímpetu de los estudiantes, el día del 30 de julio, aparecieron los soldados fuertemente armados, portando uno de ellos una bazuca. Al día siguiente, en primera plana, apareció ese militar disparando contra la emblemática puerta del edificio de San Ildefonso, se ignora cuántos estudiantes murieron debido que ante el temor de que los granaderos o militares intentaran abrir por la fuerza, los jóvenes estudiantes colocaron algunos muebles formando una barricada contra el portón de San Ildefonso y ellos se agolparon tras ese portón, creyendo que los soldados sólo empujarían, nadie pensó que dispararían con una bazuca.
La prensa dio cuenta de lo sucedido: “Los fotógrafos de prensa también ven cómo los soldados la emprenden a culatazos y patadas con los estudiantes capturados en la preparatoria de San Ildefonso, haciéndolos rodar por las largas escaleras que desembocan en el patio principal. No pueden tomar fotos adentro de la escuela, les han quitado las cámaras. Así que nada más pueden contar cómo a los jóvenes detenidos se les hace pasar lentamente entre dos filas de agentes secretos y granaderos que los golpean con palos, varillas y macanas”.
Los soldados, como si se viviera una guerra contra los estudiantes, tomaron los planteles a bayoneta calada, los estudiantes intentaron huir, pero fueron interceptados por los granaderos. Detuvieron a más de cien jóvenes, a quienes golpearon brutalmente.
Mientras el Ejército ocupaba el centro de la ciudad y tomaba los planteles, en la Facultad de Filosofía de la UNAM se realizaba una reunión de representantes universitarios que se encontraban en estado de alarma por los acontecimientos. Al principio nadie creía realmente la versión de que se había usado una bazuca para derribar el portón de San Ildefonso, hasta que llegó un estudiante herido y dio su testimonio. Fue entonces cuando la noticia se extendió e iniciaron las asambleas para discutir qué se iba a hacer ante la violencia desmedida de granaderos y Ejercito.
Las policías Preventiva y Judicial emitieron un boletín en el que negaron la existencia de estudiantes muertos. Respecto al estudiante de primer año de Comercio, Federico de la O. García, la autopsia reveló como causa de su muerte una “hemorragia craneal no traumática”, pero algunos medios, como Ovaciones y Últimas Noticias, publicaron otros dictámenes “oficiales” con causas de muerte distintas y hasta absurdas, como haber ingerido una torta descompuesta una hora antes de los enfrentamientos o el susto que le causó casi ser atropellado, cuando la realidad es que no había autos circulando en el primer cuadro.
¿QUÉ QUERÍAMOS LOS ESTUDIANTES?
En respuesta a la represión, el movimiento se extendió en unos cuantos días con jornadas de muy rápida organización. El 30 de julio, representantes del Politécnico se reunieron en un Comité Coordinador: ahí nació el Consejo Nacional de Huelga (CNH), formado con delegados electos en cada una de las asambleas de las escuelas en huelga. Esto le dio una representatividad indiscutible y, al mismo tiempo, hizo de las asambleas las plataformas para la organización y el debate.
El CNH llegó a reunir a representantes de 77 escuelas, incluyendo universidades de otros estados. El 4 de agosto, en su primer pronunciamiento público, formuló los seis puntos del pliego petitorio y convocó a una manifestación para el 5 de agosto de Zacatenco al Casco de Santo Tomás. Cuando en la asamblea de la Preparatoria 4 nos enteramos de que se había conformado el CNH con las escuelas que estallaban la huelga, nos sumamos a la misma. Por vez primera hice uso de la palabra en una asamblea, al final y después de haber votado la huelga me eligieron delegado al CNH.
Además de los seis puntos del pliego petitorio se planteaba una condición: “el diálogo público”. El movimiento puso en tela de juicio la “honradez” y la buena intención del Gobierno de buscar la conciliación y suspender la violencia. Gustavo Díaz Ordaz, entonces Presidente de México, de manera teatral tendió su mano y en respuesta, la creatividad que desde un principio demostró el movimiento, le pidió hacerse la prueba de la parafina.
LAS GRANDES MARCHAS
El 1 de agosto de 1968, Javier Barros Sierra, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, tomó la iniciativa de encabezar la histórica “Marcha del Rector”, en protesta por la violación de la autonomía universitaria. Tal decisión fue un respaldo al naciente movimiento; en esa marcha se calculó que participaron alrededor de 80 mil personas y terminó en la explanada de Rectoría, donde fue izada la bandera nacional a media asta en protesta de la irrupción de militares en los planteles educativos.
En esa ocasión, Barros Sierra culminó su discurso con una frase: “Nuestra lucha no termina con esta demostración. Continuaremos luchando por los estudiantes presos, contra la represión y por la libertad de la educación en México”.
El punto más alto del movimiento está marcado por la más grande manifestación: la del 27 de agosto, que fue la de mayor tamaño, la más festiva y ruidosa que convocó el CNH. La “V” de la victoria señalada con dos dedos de la mano se había convertido en símbolo y los seis puntos eran citados en los lugares más insospechados.
En esa ocasión, no sólo marcharon estudiantes, se sumaron ferrocarrileros y electricistas. El Zócalo se llenó. De manera improvisada, sin acuerdo previo del CNH y al calor de la movilización se dejó una guardia permanente en esa plaza a esperar ahí el Informe presidencial y a obligar al diálogo público. La plancha de concreto se convirtió en la continuación del campus. Más tarde el Ejército hizo acto de presencia y procedió a desalojarnos.
Al día siguiente, el Gobierno declaró que los estudiantes habíamos agraviado a la bandera al izar una bandera rojinegra en el asta bandera del Zócalo y movilizó a los burócratas a una ceremonia de desagravio, que se les revirtió, al grito de “somos borregos de Díaz Ordaz” los burócratas dieron una muestra del respaldo popular al movimiento.
El Gobierno había sido rebasado por el movimiento, la autoridad de Díaz Ordaz se deterioraba rápidamente y ante la inminente extensión del movimiento hacia sectores controlados por el partido oficial [el PRI], el Presidente decidió endurecer la represión y en su Informe de Gobierno, Díaz Ordaz declaró: “Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite y no podemos permitir ya que se siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo”. El Congreso entero aplaudió su informe y respaldó su postura, y el Senado dio “apoyo total” al Presidente para que dispusiera de la totalidad de las fuerzas armadas “en defensa de la seguridad interna y externa de México, cuando fuera preciso”. Se desató entonces una campaña que intentó mostrar al movimiento estudiantil como una conjura comunista que además está inspirada en “héroes extranjeros” y financiada por el “oro de Moscú”.
Ante la ofensiva gubernamental, el CNH acordó realizar la Marcha del Silencio del 13 de septiembre, y portar solamente imágenes de héroes nacionales, con ella se demostró el grado de conciencia adquirido por el movimiento y el respaldo popular. En los días anteriores a esta manifestación, los medios de comunicación se dedicaron a crear un clima represivo, anunciando que la convocatoria a dicho acto era una provocación más al Gobierno y que el Ejército y las policías no lo permitirían; desde helicópteros se hacían caer en las calles de toda la ciudad volantes con informaciones aterrantes en este sentido.
La respuesta al llamado del CNH, sin embargo, fue masiva: acudieron 250 mil personas, se hicieron presentes  muchachos con cinta adhesiva en la boca para evitar hablar fuerte. Sólo se escucharon murmullos y los pasos firmes de los jóvenes, y sus pancartas con consignas pidiendo diálogo público.
Ramón Ramírez relata en El movimiento estudiantil de México que “se pudo observar el más estricto orden y una organización perfecta. Los estudiantes y gente del pueblo en general portaban carteles en los que se propalaba: ‘Libertad a la verdad ¡diálogo!’, ‘El pueblo nos sostiene, por el pueblo es que luchamos’, ‘Líder honesto igual a preso político’, ‘Luchamos por los derechos del pueblo mexicano’. ‘¡Tierra para todos!’, además de grandes pancartas con las efigies de Morelos, Hidalgo, Villa y Zapata presidieron la marcha estudiantil.
Una multitud se concentró al paso de la manifestación en las aceras, formando una enorme valla a lo largo de todo el recorrido de la manifestación; la población expresó abiertamente su simpatía, alentando a estudiantes, trabajadores y padres de familia, quienes en compactas filas proclamaban el cumplimiento de la Constitución. La austera y responsable actitud de los estudiantes y profesores, la decisión de la lucha del pueblo se manifestó con la mano en alto haciendo la V de ¡Venceremos!”.
EL PLIEGO PETITORIO
A raíz de los acontecimientos, el CNH formuló un pliego petitorio de seis puntos:
1. Libertad de todos los presos políticos.
2. Supresión de los delitos de disolución social, contenidos en los artículos 145 y 145 bis del Código Penal.
3. Destitución del jefe y subjefe de la Policía Preventiva del DF.
4. Indemnización a las víctimas de los actos represivos.
5. Supresión del Cuerpo de Granaderos.
6. Castigo a los funcionarios responsables de actos de violencia contra los estudiantes.
Además, el establecimiento de un diálogo público entre las autoridades y los alumnos, para la negociación de las peticiones.
El movimiento de 1968 en México fue un movimiento social en el que además de estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), también participaron el Instituto Politécnico Nacional (IPN), El Colegio de México (Colmex), la Escuela de Agricultura de Chapingo, la Universidad Iberoamericana, la Universidad La Salle y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla; a él se integraron profesores, intelectuales, amas de casa, obreros y profesionales en la Ciudad de México y algunos estados de la provincia.
Las universidades en huelga se adhirieron al órgano directriz del movimiento denominado Consejo Nacional de Huelga. Si bien el movimiento contó con un pliego petitorio al Gobierno de México de acciones específicas como la libertad a presos políticos y la reducción o eliminación del autoritarismo, en el fondo el movimiento buscaba un cambio democrático en el país; puso en evidencia el autoritarismo del Gobierno, desmitificó la ideología nacional de unidad en torno al régimen y la figura del Presidente, considerado hasta entonces el primer obrero, el primer campesino y casi el protector de todos los mexicanos; también impulsó la lucha por mayores libertades políticas y civiles, y se puso al orden del día combatir la desigualdad social que asomaba en la sociedad mexicana.
Para revertir los efectos de la Marcha del Silencio, Díaz Ordaz decidió invadir Ciudad Universitaria. Los soldados ocuparon CU, se dirigieron a la Facultad de Medicina, donde sesionaba el CNH; detuvieron a los delegados que sesionaban y los condujeron a la explanada de Rectoría, después fueron transportados en camiones a Lecumberri en vehículos militares
El Rector Javier Barros Sierra declaró: “La ocupación militar de la Ciudad Universitaria ha sido un acto excesivo de fuerza que nuestra casa de estudios no merecía”. Y presentó su renuncia, condenando la feroz envestida desatada en contra de la investidura de la autoridad universitaria.
El movimiento fue reprimido brutal y continuamente por el Gobierno de México. Y con el fin de terminarlo, el 2 de octubre de 1968 perpetró la “matanza en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco”, logrando disolver el movimiento en diciembre de ese año. El hecho fue cometido de manera conjunta como parte de la Operación Galeana por el grupo paramilitar denominado Batallón Olimpia, la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la llamada entonces Policía Secreta y el Ejército Mexicano, en contra de un mitin en la Plaza de las Tres Culturas.
MI TESTIMONIO
Viví intensamente el movimiento de 1968, al igual que miles de jóvenes de mi generación; el movimiento despertó en mí la conciencia política, yo tenía algunas lecturas y una breve participación en la luchas sociales, había participado en los mítines de los tranviarios y al igual que muchos de mi generación admiraba a la Revolución Cubana y mi personaje favorito era el Che Guevara.
Participé en la brigadas que recorrían calles, mercados y paradas de autobuses, llevando la información de las razones de nuestro movimiento. Recuerdo que en una ocasión, dentro de las brigadas, hacíamos un mitin en el mercado de Tacubaya, cuando llegaron unos policías a intentar detenernos y los comerciantes, encabezados por los carniceros, con sus cuchillo en la mano los obligaron a retirarse.
La imaginación también se hizo presente en las asambleas. En éstas se informaba de cualquier actividad que programara el CNH, pero se decidía la vida cotidiana de la huelga, guardias, pintas y volanteo; las asambleas se convirtieron en la escuela de formación de miles de activistas.
Cuando se preparaba una marcha, las brigadas regresaban con sus botes llenos de cooperación de la población; lo recaudado en los boteos se convertía en comida para los activistas, pintura y mantas, y era emotivo ver a los activistas pintarlas; recuerdo una que llevaba la imagen del Che y de la Prepa 4, y en el auditorio pusimos otras que, para reafirmar el grado de conciencia. rezaba: “¡SI VIENEN A VER SI YA CLAUDICAMOS, REGRESEN DESPUÉS A VER SI YA ESTAMOS MUERTOS!”.
Nuestras escuelas se convirtieron en nuestras casas, aprendimos a vivir en colectivo y se nos formó la conciencia. No cabe duda de que la práctica transforma al individuo, pero la reflexión de esa práctica es la que nos vuelve seres que asumen un compromiso.
Recuerdo que cuando llegó el Ejército al Zócalo, después de la marcha del 27 de agosto, estaba con mis compañeros de la prepa sentado frente al edificio del Ayuntamiento. Cuando entraron los tanques se escuchaba que un orador decía que no corriéramos. José Quintanar me preguntó: “¿seguro que no vamos a correr?”. Hicimos a un lado el mensaje del orador y corrimos hasta llegar a CU.
Un recuerdo que me dejó una gran enseñanza fue el de la noche que se discutía la posibilidad de levantar la huelga. Los maestros agrupados en una coalición así lo sugerían, entonces llegó una carta de un preso político, Víctor Rico Galán. En ella decía [cito de memoria]: “En todo movimiento universitario, la fuerza la constituyen los estudiantes, no sólo por su número que les permite ser mayoría, sino principalmente por su juventud, que le permite estar libres de los intereses que los maestros ya tenemos”.
Fui detenido en la toma de Ciudad Universitaria, y liberado días después. Recuerdo que mi padre, que era muy estricto y con quién me había distanciado, al salir del penal de Lecumberri me dijo: “Como padre te digo que dejes esas pendejadas; como hombre te digo: “¡NO PUEDES ECHARTE PARA ATRÁS, VETE A TU HUELGA!”.
Lo intenté, pero mi escuela había sido asaltada por el Batallón Olimpia y los miembros del comité eran perseguidos, las asambleas continuaron pero el clima de represión ya se respiraba.
No llegué a tiempo al mitin de Tlatelolco, andaba de brigada. Cuando arribé, la masacre se había consumado.
*–Rafael Aréstegui Ruiz. Integrante del Consejo Nacional de Huelga en el movimiento de 1968, es licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma de Guerrero, con Maestría en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Guerrero y Doctorado en Educación por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Ha sido director general del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública (CESOP) del Congreso de la Unión, Rector de la Universidad Intercultural del Estado de Guerrero y profesor Investigador T / C en la UAGro.

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