martes, 4 de diciembre de 2018

ARTÍCULO

El derecho a la utopía
Juan López
El discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador en su toma de posesión, reitera mensajes dados a conocer durante el transcurso de su campaña electoral: No podía ser de otra manera. Nunca fue un candidato común y corriente. No vivía en el extranjero y venía al país cada fin de semana a embrollarse con los problemas por todos padecidos. Tampoco fue elegido por la burocracia de una convención convencional y mandado a la calle a conseguir el voto, con todas las facilida
des de la mercadotecnia digital.
No. López Obrador, desde sus tiempos del desafuero, ocurrido durante los años 2004 y 2005. -Los preparativos, sus causas y su desenlace fueron uno de los temas más polémicos en la sociedad mexicana-, cuando era Regente de la Ciudad de México fue un perseguido político. Suerte la suya: en aquella ocasión el presidente Vicente Fox no pudo ni se atrevió a cumplir el falló de la judicatura para defenestrarlo de su cargo.
Con esa cruz a cuestas durante quince años peregrinó por el país su calvario. Acosado por las fuerzas conservadoras y los intereses políticos y económicos de la república, fue templando su espíritu de valor y resistencia. No creo exista alguien tan humillado como él, en su empeño presidencial.
 Comunicólogos, escritores, periodistas, panfletarios, iglesias y plumas mercenarias, partidos políticos, capitales golondrinos, todos en un frente común le atizaron a la hoguera para librarnos de “un peligro para México”: especulación giratoria en la invocación de sus detractores anhelantes de perpetuarse en sus privilegios.
Cuando Andrés Manuel López Obrador, junto con su esposa Beatriz Gutiérrez Mueller subió las escaleras de Palacio Nacional, donde despachará su sexenio, vimos desaparecer la imprecación de sus siniestros agoreros y el presidente de México 2018-2024 ascendía al altar cívico donde Benito Juárez y Francisco I. Madero cierto, deliberaron difíciles decisiones para el bien de la nación.
Podrá -preguntan los incrédulos-, cumplir todos los compromisos sustentados en su perorata inicial. No es fácil. La ruta de los hechos está minada y a las ilusiones y los sueños los acechan plagas, bichos y gangrenas, pero en situaciones semejantes ha prevalecido el espíritu de la utopía: ese espejismo de quienes no se dan por vencidos aun si el manantial en el desierto desaparece cuando más lo tienen al alcance.
En el epicentro de la segregación racial y motivado por la actitud de Rosa Parks -dulce morena quien negó su asiento a un hombre blanco en el transporte público-, Martin Luther King Jr. obsequió al mundo su discurso “Tengo un sueño”: I Have a Dream, donde habló con elocuencia de su deseo por un futuro en el cual la gente de tez negra y blanca pudiesen coexistir armoniosamente como iguales.
Loco, tarugo, necio, idiota, mentecato lo etiquetó la estupidez humana. Nadie imaginó su faena milagrosa. Luther King estaba sembrando una semilla: la utopía. Después de cincuenta años, en enero del 2009 Los Estados Unidos tuvieron su primer presidente negro: Barack Obama, fruto de la utopía.
Existen los no creyentes y abundan los aguafiestas. Algunos lo llamaron AMLOCO en su infinito desdén, pero es destino superior el de la perseverancia, de la fe, del deseo, convertir la utopía en barro y modelar con manos de artesano un futuro promisorio.
El discurso de López Obrador no es una pieza oral inútil ni vana, ni tiene desperdicio. Es la utopía que necesitábamos escuchar los mexicanos en esta hora de tragedia cuando la Suave Patria dibujada por Ramón López Velarde, gime-clama de tanto atropello vil y tanta vesania acumulada en contra de los más débiles con minúsculas oportunidades de bienestar.
El mensaje es el medio. Tiene nombres y apellidos: Andrés Manuel López Obrador. Una cita con México: 2018-2024. Estamos.
PD: “Y, hágase la luz”: Génesis-La Biblia.

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