miércoles, 6 de febrero de 2019

ARTÍCULO

Doña Lola Nava García
Edilberto Nava García
La recuerdo aún muy joven como madre de familia, blanca ella y de estatura por arriba del promedio de las mujeres de Apango. Cuando yo abrí los ojos, como se acostumbra decir, su matrimonio ya ocupaba el domicilio que fue sede de esa familia, al costado del curato, en la calle Obregón. Muy después supe que yo llevo idénticos apellidos aunque sin tener lazos sanguíneos. A su mamá, doña Inés García, siempre la saludé de madrina, pues mi papá me indicó que debía hacerlo, por
que era madrina suya.
Empero, estas líneas son con el propósito de solidarizarme con su descendencia más cercana que siente hondamente su involuntaria ausencia física, pues ha fallecido. Guardo gratitud a doña Lola, quien como su señora madre, sabía hacer sabrosos guisos. Sabrán que la segunda ocasión que desempeñé modestamente el cargo de presidente municipal, fue un interinato. De pronto debía el ayuntamiento recibir a treinta y cinco visitantes y, en el pueblo, al no haber restaurante alguno, se recurría a las amistades. Siete años antes había recurrido a Tía Chema y a su hija, Margarita.
Fue mi esposa quien se ocupó de ello y me comunicó que sería doña Lola Nava quien prepararía la comida. Todo salió bien, pero al pagarle, se negaba recibir dinero alguno. Finalmente aceptó, pero me dio a saber que mi antecesor en el cargo le quedó a deber por servicio de transportación a la región del Balsas y que por más que acudió en reclamo del pago, aquél dijo que no tenía dinero. Su hijo Vicente Miranda Nava, ya hasta se había vuelto hacia Sonora. Entendí los problemas políticos del antecesor y de su irresponsabilidad. Lo cierto es que la señora o su hijo no tenían culpa alguna en los desórdenes registrados en ese periodo. Dicho adeudo tenía ya año y medio. El caso es que le dije: Vaya al ayuntamiento mañana, antes de las once; se le va a pagar esa deuda institucional.
Me respondió: sólo te lo estoy comentando, no es para que pagues lo que no debes. Perdón, pero es ese borracho a quien mi hijo llevó en tres ocasiones a las comunidades del Río y por más que fui a cobrearle, no me quiso pagar.
Le dije: Mire doña Lola, un ayuntamiento ordenado, eficiente y con manejo honrado, siempre tiene dinero. Ya me dijo usted lo del adeudo y mañana se le paga.
Efectivamente, al día siguiente le fue cubierto el adeudo y -entiendo que agradecida-, pidió verme en la oficina. Sólo fue a eso, a agradecerme, diciéndome que ella ya lo había dado por perdido. Al despedirse, me dijo: Dios te protegerá en todo cuánto haces en bien del municipio.
Entiendo que gracias a la bondad de Dios, sigue habiendo gratitud en su creación, entre las personas; no todo está perdido.

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