viernes, 1 de febrero de 2019

ARTÍCULO

La cabeza de
Pancho Villa
Apolinar Castrejón Marino
El sábado 6 de febrero de 1926, el periódico “El Correo de Parral” publicó a ocho columnas el robo de la cabeza de Francisco Villa, el celebre guerrillero de la Revolución Mexicana.
De inmediato, se comisionaron a detectives policíacos y médicos forenses para que investigaran el caso. Casi de inmediato señalaron al coronel Francisco Durazo Ruiz, de cuartel militar acantonado en Parral, y precisaron como móvil la recompensa de 50 mil dólares, que ofrecía el gobierno norteamericano por la cabeza de Francisco Villa.
No está por demás recordar que el verdadero nombre del revolucionario Francisco Villa era Doroteo Arango, y que nació en San Juan del Río, Durango, el 5 de junio de 1878. Debido a problemas con la justicia, se cambió de nombre y se escondió durante un tiempo en la sierra de su estado. Durante la revolución vio la oportunidad de unirse a la lucha armada en contra de Victoriano Huerta, y pronto destacó por su valor e inteligencia para la guerra.
Con el avance de las investigaciones, salieron a la luz pública los nombres de los cómplices, del robo de la cabeza. El teniente coronel José Elpidio Garcilaso, el sargento Roberto Cárdenas Aviña, el capitán Sánchez Anaya, el cabo Miguel Figueroa, los soldados Daniel Cruz y Felipe Flores, y ha
sta su chofer Ernesto Weissel, quienes profanaron la tumba para cortarle la cabeza.
Cuando Francisco Durazo se dirigía en el tren de Cd. Juárez a Estados Unidos a cobrar la recompensa, casualmente llegó a la estación el general Arnulfo R. Gómez. Al ver a su subordinado, fuera de su cuartel y sin permiso, le reclamó su falta y le ordenó presentarse arrestado ante su comandante.
Pero cuando vio la caja metálica de municiones que llevaba Durazo, le preguntó qué llevaba ahí. Durazo se vio obligado a confesar qué era, y el general Gómez le ordenó: “Deshágase usted inmediatamente de estos despojos, o lo mando fusilar, porque está usted involucrando al ejército mexicano en un asunto altamente deplorable”.
Ante la amenaza, el coronel Francisco Durazo ordenó al cabo Miguel Figueroa enterrar la cabeza en la hacienda El Cairo (hoy ciudad de Salaíces), de su propiedad.
También es necesario recordar que Pancho Villa fue asesinado el 20 de julio de 1923 en Hidalgo del Parral, Chihuahua. El general Enríquez, gobernador de Chihuahua, se negó a que Villa fuera trasladado a la capital del estado, donde tenía dispuesto un mausoleo, por lo cual fue sepultado en el panteón civil, de Dolores, en Parral Chih., en la fosa número 632.
Al poco tiempo, y de manera muy discreta, la viuda de Pancho Villa, Austreberta Rentería, mandó exhumar los restos para depositarlos en una tumba familiar, en el mismo cementerio, pero a 120 metros hacia el oriente de la tumba en que estaban. Cinco años después, doña Austreberta murió y fue sepultada en esa misma tumba.
Existe un documento que dice que: “La señora Austreberta Rentaría Vda. de Villa, entregó a la Tesorería General del Estado, la cantidad de doce pesos, por pago del derecho perpetuo en el sepulcro donde está el cuerpo del general Francisco Villa, sepultado en la fosa 10 del Panteón de Dolores. Hidalgo del Parral, Chih. A 20 de abril de 1931. El Juez del Registro Civil, C. Carlos Ávila”.
Los ladrones de cabezas no tenían conocimiento de esto, por lo cual se robaron otra cabeza. Y para mayor ironía, era la cabeza de una mujer. De acuerdo a rumores de los lugareños, cuando la viuda de Villa cambió los restos de su marido a la fosa 10, y para no dejar vacía la fosa, encargó que pusieran cualquier otro cadáver.
Dio a casualidad que por esos días, una mujer que iba a Estados Unidos a curarse de cáncer, murió en el hospital Juárez de Parral, y su cuerpo se encontraba a punto de ser sepultada. Como la difunta no portaba documentos de identificación, ni referencias de familiares a quien avisar tendría que ser sepultarla en una fosa común.
Entonces, los encargados del panteón y del hospital, creyeron ver resuelto el problema, si colocaban el cuerpo de la mujer, en la fosa 632 donde estuvo el cadáver de Pancho Villa. Algunos indicios como la tela de encaje y los botones de carey de la vestimenta, además de un rosario que se encontraba en las manos del cadáver, no importaron a los profanadores para sospechar que no se trataba del cadáver que les habían encargado.

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