COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
SERENATAS CHILPACINGUEÑAS EN LOS AÑOS 60
...y esas noches de la secundaria nos íbamos a “correr gallo” a nuestras compañeras.
Cándido (Giles Delgado) en el requinto; Luis Felipe, el Mudo y yo en las guitarras de acompañamiento.
Pasábamos por el jeep en que se hacía el perifoneo del cine “Guerrero” porque don René Valencia Feria que era el gerente, nos lo facilitaba desde la tarde, pero era hasta en la noche que lo recogíam
os cuando estaba estacionado en la entrada del cine.
Ensayábamos en el jardín las que íbamos a cantar.
Llegábamos a una cuadra antes de la casa por ejemplo de Micáila o de Cleta, de Sinforosa o Gerundia, ahí dejábamos el jeep, y despacito llegábamos caminando al pie del balcón de la amiga y comenzaba la serenata:
“En esta noche clara de inquietos luceros, lo que yo te quiero te vengo a decir”.
Y luego: “Despierta, dulce amor de mi vida; despierta si te encuentras dormida”. Como a eso de las tres de la mañana a lo mejor la dulcinea sí, ya estaba dormida, o tal vez haciendo la tarea...jejeje
No faltaban en esas serenatas las de Lara: “Blanco diván de tul alcanzará tu exquisito abandono de mujer”.
Y las de moda: “Página Blanca fue mi corazón, donde escribiste una página de amor, vuelve, ven dulce amor...”
“Esta novia mía, va a ser mi tormento, de noche y de día no sé lo que siento; cara tan bonita, cara tan bonita va a se mi tormento”.
La que nos salía bonita era esa del día en que deje de salir el sol y la luna deje de brillar...
Nadie prendía la luz en el interior de la casa.
Nadie roncaba.
Ningún suegro o suegra decía nada.
Todo en silencio.
Y el cielo de Chilpancingo hermoso; tachonado de estrellas, desde Machohua hasta los cerros de Amojileca...
Silencio total, desde Huiteco hasta El Alquitrán...Todo azul, noche azul noche de amor...
Y los sábados: “La venganza del Santo” en las butacas de gayola del cine “Colonial”...
Tiempos hermosos, de sueños, de ensueños, de amores que se fueron como las espumas que lleva el ancho río...
Nunca hubo broncas, ni pleitos. Fueron solamente voces y guitarras, romanticismo que concluía con aquella de los Santos:
“Oye mi canción, tierna melodía, que vengo a cantarte hasta tu ventana dulce amada mía”.
¿A poco no es bonito Chilpancingo?
¡¡Cómo no te voy a querer, tierra mía!!

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