martes, 26 de marzo de 2019

COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
RECORDANDO AL MEJOR TLACOLOLERO DEL BARRIO DE SAN ANTONIO DE CHILPANCINGO: DON BERNARDO AGUILAR GONZÁLEZ, CON TODO MI CARIÑO Y ADMIRACION PARA CADA UNO LOS TLACOLOLEROS DEL BARRIO Y A SU MUY QUERIDA FAMILIA…
 Bernardo Aguilar González,
La leyenda...

  En Chilpancingo, el nombre de Bernardo Aguilar está íntimamente ligado a la tradición de los tlacololeros, a las danzas, a la feria misma, al grado que hablar de Bernardo Aguilar es hablar de una leyenda.
Cuando lo entrevisté, hace ya muchos años, escribí que “a sus más de 80 años es un hombre corpulento, fuerte, avispado, con voz firme y clara y de carácter, mucho carácter”.
Es el número 4 de la calle Margarito Damián Vargas, en el corazón del Barrio de San Antonio donde don Bernardo nació.
A pesar del frío decembrino de la capital guerrerense, sólo usa una playera ligera y un chaleco. Pregunta con voz gruesa y severa quién toca a su puerta. Seguramente disfruta de un merec
ido descanso, después de un día de fatiga cuando lo interrumpimos.
“¿Qué pasó amigo, qué andas haciendo por acá?”
-Vine a saludarlo, don Bernardo, a que me platique un poco de su vivencia en la danza de los tlacololeros, de los santiagos, de toda esa época del Chilpancingo que disfrutó en su juventud.
“Hace tiempo que se me olvidó, ya estoy viejo, ya no me acuerdo de esas cosas, ya pasaron, ¿qué te puedo decir?”
-Seguramente que mucho. Bernardo Aguilar es muy querido en Chilpancingo y muy recordado por sus paisanos y aún se acuerda mucha gente de cuando usted se vistió de tigre...
“Pues, sí, pero solamente fueron tres veces. Tú te has de acordar.
El primer porrazo fue contra Lucio Vega; yo no sabía mucho, y él nomás me empujaba y me empujaba, y dije: esto no es el porrazo de tigre. Que lo agarro y que lo tumbo, y como aquél estaba grandote y muy fuerte, de ahí agarré la fama.
Después me enfrenté con un pistolero del gobernador Berber, que era luchador; y con ese me quité la máscara para el porrazo y también lo vencí.
Y el tercero fue otro que ni vale la pena acordarse de él, hasta gritaba el pobre, gritaba y gritaba”.
-Ya ve, tiene mucho que platicar.
“No te creas; muchas cosas se me olvidaron”.
En esta parte del diálogo estábamos con don Bernardo en la puerta de su casa, cuando salió una de sus hijas con otra muchacha y se despidieron. Fue entonces cuando el señor Aguilar aceptó la entrevista: “Está bien amigo, pásale, a ver qué podemos recordar”.
En una de las paredes de la sala de su casa que es muy amplia, están colgados varios sombreros de uso personal de don Bernardo; hay buen número de fotografías familiares. En una de las esquinas de la casa hay un espejo grande y que hace años se estilaban en las casas de Chilpancingo. Don Bernardo vive en forma sencilla, se observa mucha tranquilidad en la casa, mucha paz, un hogar agradable, tranquilo.
Hace más de veinte años que desgraciadamente falleció su esposa.
“La regué, amigo. Me hubiera buscado una luego luego, pero no. La regué”. Nos muestra un paquete con fotografías donde se le observa montado a caballo, vestido de Santiago, y nos platica de la invitación que hace años le hizo don Israel Donjuan, el papá de Jacinto, para que se incorporara con su papel de Pilatos en la danza de los Santiagos. “Los de ahora ya no sirven, ya ni saben hablar, porque a los parlamentos había que darles acento, a nosotros nos ensayaban Licho Calvo y Raymundo Organista”.
Observando que ya don Bernardo está un poco más dispuesto al diálogo tratamos de formalizar la entrevista, sin embargo, algo le irritaba.
-¿Cuándo fue la primera vez que salió de tigre?
“Ay, hermano, no te puedo decir exacta la fecha, pero fue en la época que se hacían los toros en San Mateo. Ahí fue el primer porrazo que jugué con Lucio Vega. Ya después me vinieron a ver los de San Mateo, pero como es cosa que se hace fuerza, yo trabajaba en el rastro y vine a la casa, vine algo tardecito y comí bastante, y cuando me vinieron a ver para el porrazo acababa de comer y les dije: No, ya no es posible. Me hubieran avisado para comprometerme con ustedes. Les dije: si quieren me visto de tlacololero y Metodio Osorio que se ponga el vestido de tigre. Así le hicimos. De aquí nos íbamos a San Mateo, a reforzar San Mateo y de ahí nos fuimos para el río, que se usaba el porrazo allá en el río. Entonces, cuando llegamos, los tlacololeros de San Francisco ya estaban ahí, y pasaba una corriente ahí y ahí nos fueron a atajar y echando golpes y chirrionazos contra mis compañeros, y lograron pegarle a unos dos o tres, y que se enoja don Ladis Alarcón, que entonces era diputado, y nos empezó a chicotear, andaba a caballo. Descalabró al tigre, que era Metodio; ya no hubo porrazo, ya no hubo nada, sino que nos venimos otra vez para nuestro rumbo, a San Mateo.
A otro día, que estaba la Plaza del Triunfo, allá iba a jugar. Pero ya estaba anticipado, ya de compromiso, porque don Ladis trajo un tigre de Tixtla, que según era bueno. Yo me la iba a rifar, porque nadie la lleva segura. Fue en el tiempo del General Berber.
Estaban en el palco y no se presentaron los de San Francisco, y entonces, el pistolero del general, o sea del gobernador, se baja y que con él mero quería, pero era luchador.
No se trataba de lucha, yo no sabía de lucha, más que era el porrazo, libre, limpio.
Pues, me tuve que haber quitado la máscara porque él ni vestido llevaba, nomás iba así, de paisano.
Entonces me quité la máscara y sí, le gané. Me lo cargué así y lo iba yo a tirar, pero dije, a lo mejor no me la valen y lo asiento y me le tiré encima, y me agarra con una llave y mis pies estaban para arriba pero los paisanos y los tlacololeros me lo quitaron.
Me anduvo doliendo mi pescuezo como ocho días. Y entonces estaban los puestos en el zócalo, y se enojó, porque le dio vergüenza que lo tumbé. Honradamente lo tumbé porque me lo cargué.
Y ya, nos salimos, y ya veníamos para el zócalo y nos venía siguiendo, que según, que me quería fregar, pero Chucho El tigre andaba de Tlacololero y le dice: Mero conmigo te vas a dar. Entonces aquél se fue quedando. Llegamos al zócalo y ahí tenía don Victorio Vélez su puesto, y que nos saca una de mezcalazo del bueno, y nos echamos unos dos tragos, y de ahí nos venimos para arriba. Ese fue mi segundo porrazo de tigres, ya después fue con otro pero, no, no era pieza”.
-¿Fueron tres veces, únicamente tres porrazos en los que usted participó?
“Sí, pero la primera fue de admirarse porque creían que me tumbaba”.
-Se ha ganado el cariño de todo Chilpancingo, dondequiera se habla muy bien de usted...
“Pues, sí. Fíjate que yo no soy chocante; soy amigo de todos los amigos. Que me hablan, les hablo, yo no soy mala gente y por aquí todo mundo me quiere”.
-¿Representó usted alguna vez al barrio de San Antonio en el porrazo de tigre?
“Aquí no se usaba; todos íbamos para San Mateo. De aquí iban Luciano González, su hermano Severo. Enrique Osorio y Metodio, eran hermanos; de aquí nos íbamos vestidos, aquí no se usaba, no había danza”.
-¿Y el pitero?
“Era don Güello Baltazar, de San Mateo”.
-¿Era joven?
“No, ya estaba señor, pero hasta su pito lo hacía hablar, era bueno”.
-¿Se vistió usted muchas veces de tlacololero?
“Sí. Me vestí de tlacololero, yo fui alegre, salimos de Santiagos varias veces, cuando los ensayaba Licho Calvo, Mundo Organista; aquí con Mundo desempeñaba el papel de Pilatos”.
-¿En qué año sería?
“Carajo, hermano, ya no me acuerdo; todo se va olvidando”.
-¿Sus papás cómo se llamaron, don Bernardo?
“Mi papá fue Gabriel Aguilar y Matilde González. Mi mamá fue de Zumpango, mi papá fue de aquí, de los Aguilar”.
-¿A ellos les tocó participar en la feria?
“No te sé decir; yo quedé huérfano. Mi papá cuando murió yo tendría como unos ocho años, nomás que yo fui de gusto. Me gustó salir en varias danzas y también estuve la Asociación de Charros; soy de gusto todavía”.
-¿Y llevaban serenata a las muchachas?
“Claro que sí, nomás que medias colinas”.
-Pero les llevaban...
“Claro que sí; teníamos nuestro corazón”.
-¿La danza en la que más le gustó salir, cuál fue?
“Pues fíjate que yo salí de Moro, de Tlacololero, de Santiago, de la danza de los Mudos y de gachupín también”.
-¿Fue con los tlacololeros o con otra danza fuera de Guerrero?
“No”.
-¿De sus hijos alguno participó en la danza?
“Pues, fíjate que no. Sí les gustó montar, pero en las danzas no. Sólo yo fui el mitotero; hay que decir la verdad”.
-Muchas gracias, don Bernardo por su amabilidad y por su charla.
“¿Ya hermano? Ándale, pues”.
-Gracias, señor, muy amable.

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