lunes, 4 de marzo de 2019

SEGUNDA PRINCIPAL DE PRIMERA PLANA

Mientras unos ensucian Chilpancingo,
otros barren como lo hace don Daniel
Juan Manuel Molina.--Una tercera parte de sus últimos 15 años de vida, don Daniel la ha dedicado a trabajar como barrendero en el centro de Chilpancingo.
Con 78 años encima y con una lesión en el hombro derivado de una caída, recorre unos 17 kilómetros para trasladarse desde el Barrio de San Antonio, en Zumpango, hasta la capital.
La necesidad para sobrevivir y mantener a su esposa lo hace levantarse todos los días entre las 4 y 5 de la madrugada, para encaminarse a la ciudad, a la  que llega en unas dos horas a paso lento, con los primeros rayos del sol sobre su cara.
De joven, repetía el mismo ritual. Alquilaba un par de burros para transportar cargas de leña, las cuales, vendía a un peso con 50 centavos, cuando el dinero aún valía. En ese entonces, salía de Zumpango a la una de la madrugada para atravesar el monte.
En la última década, vio los progresos en la carretera, se casó con su esposa, perdió a sus padres y a tres de sus hermanos. 
En su juventud trabajó en la albañilería, cargaba hasta dos bultos de cemento, y ahora apenas y puede con la cubeta de agua para bañarse.
Un día ordinario para don Daniel inicia a las 4:30 de la madrugada, antes de salir de su casa, en la calle Heliodoro Castillo. Se encomienda a Dios y únicamente lleva consigo una bolsa de plástico, cual si fuera mochila, y un palo de escoba que ocupa como bastón.
A veces, cuando se puede su mujer le prepara unas “tortitas”, cuando no, se las arregla con la buena voluntad de sus compañeros de trabajo, quienes en ocasiones también le regalan 16 pesos para que en vez de caminar, de regreso a su casa, use el transporte público. Los propios policías suelen darle un aventón.
En una ocasión, en una de sus tantas caminatas fue asaltado por un grupo de personas.
—¡Quihubo amigo! ¿A dónde vas?— Le dijo uno, al mismo tiempo que lo despojaban de su morral de plástico, que usa para recolectar latas de aluminio y PET. Otro lo empujó.
A partir de ahí, don Daniel dejó de recibir su pensión de adulto mayor, porque lo dejaron sin sus documentos oficiales, lo único de valor que portaba. Ese fue el único susto y se lo han provocado los mortales.
Aún con las múltiples recomendaciones para que ya deje de trabajar, él solo piensa en que a su eda
d, no podría encontrar otro trabajo para subsistir, aparte de que su oficio le ayuda a que no se le entiesen las rodillas, al mantenerlo en movimiento todo el tiempo.
En el centro, los trabajadores del área de Servicios Públicos se distribuyen las zonas de barrido, cual si fuera una rebanada de pastel. Mantener limpia la ciudad implica barrer mientras otros ensucian.
Su jornada de trabajo, que inicia alrededor de las siete de la mañana, termina a las 10 u 11, y después de un descanso y un taco, se da la hora de retornar a casa, a la que llega de cinco a seis de la tarde. Ya sin prisas, se da el tiempo de sentarse donde haya sombra. 
Entre risas, se acuerda que una vez un coche lo atropelló mientras barría y que le rompió algunos huesos.
A sus 78 años, no sabe leer y menciona que jamás lo hará. Solo espera que al ser casado, ahora sí pueda recibir su pensión de adulto mayor. Espera que su sueldo como barrendero pueda aumentar más, siendo Obrador el presidente de la República.
Está consiente que en cualquier momento puede entregar el equipo y caminar rumbo al panteón. Con 78 años, piensa que uno debe aguantar las cosas de la vida, en lo que no llega la “calaquita”.(bajopalabra.com.mx).

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