viernes, 5 de abril de 2019

ARTÍCULO CON FOTO

Emiliano Zapata
en Chinameca
Apolinar Castrejón Marino 
El día 10 de abril de 1919 por la mañana, el revolucionario Emiliano Zapata llegó a las inmediaciones de la hacienda “Chinameca”. Tenía acordado entrevistarse con el militar del ejército constitucionalista Jesús Guajardo, quien le entregaría parque y municiones.
No se animó a entrar de inmediato, pues el trato era que Guajardo iba a traicionar al gobierno, y se pasaría a las filas de los revolucionarios.
A las 13:30 horas, envió a su lugarteniente Feliciano Palacios, quien entró a inspeccionar el lugar, y platicar con el mismo comandante de la plaza, Jesús Guajardo. Todo le pareció normal y al darle el reporte, Zapata se encaminó hacia el interior, donde les servirían un banquete.
A las 14:10, se acercó al portón de la hacienda acompañado de su asistente personal el mayor Reyes Avilés. El portón estaba abierto y hacia el interior se miraban 30 soldados adecuadamente uniformados y formados, y en cuanto Zapata se acercó al umbral, lo saludaron marcialmente, y le “presenta
ron armas”. Esta parafernalia parecía normal, pues eran soldados, y estaban en guerra.
Zapata no advirtió que otros 30 soldados se encontraban ocultos y bien armados, tras las balaustradas del piso superior. El soldado que se encontraba parado sobre el dintel de la entrada, levantó su clarín y toco 3 veces, que era la señal acordada para que dispararan contra Zapata.
Con los primeros balazos intentó sacar su pistola, pero el caballo asustado lo tiró por tierra. Calló boca abajo, y un soldado se acercó a darle el “tiro de gracia”. Acción innecesaria pues había muerto en el momento que recibió 7 balazos en el pecho. A su lado quedó el cuerpo de Agustín Cortes, quien se le había emparejado con su caballo tratando de protegerlo.
Los soldados del gobierno, salieron de la hacienda a perseguir a la tropa que desde lejos acompañaban su líder. Bajo fuego de fusilería, ametralladoras y bombas, corrieron despavoridos.
Junto al cuerpo de Zapata, quedaron tendidos los cadáveres de Zeferino Ortega y los generales rebeldes Palacios, Bastida y Castrejón.
Jesús María Guajardo nació en Candela, Coahuila en 1892. En 1913 se unió a las fuerzas del general Pablo González por la parte del usurpador Victoriano Huerta. En poco tiempo, consiguió el grado de coronel.
A la caída de Victoriano Huerta vino la presidencia de Venustiano  Carranza. Villa en el norte y Zapata en el sur, seguían “alzados” en contra del gobierno, y eran combatidos por el general Álvaro Obregón, cuya fama era que no había perdido ninguna batalla.
Bastante disminuido, Zapata se refugió en el Estado de Morelos, con unos pocos soldados, sin pertrechos y sin parque. Le llegaron rumores de que Pablo González y Jesús Guajardo estaban enemistados, y zapata quiso sacar algún provecho, invitando a Guajardo a unirse a la causa de la revolución.
Le escribió una carta, donde lo invitaba a unirse a sus filas. Pero la carta fue interceptada por Pablo González, quien mandó traer a Guajardo para ponerse de acuerdo en tenderle una trampa a Zapata.
Guajardo le contestó a Zapata por el mismo medio, que estaba interesado en su propuesta, y como prueba de amistad le envió un par de pistolas con cachas de oro. Entonces Zapata le pidió otra prueba de lealtad consistente en que atacara a su superior Pablo González, y fusilara a los soldados que capturara.
Como Guajardo y González estaban de acuerdo fue fácil que simularan un combate, y para conseguir algo de credibilidad, asesinaron a unos soldados que habían cometido excesos, como un tal Victoriano Bárcenas, y otros que habían cometido saqueos, violaciones y robos.
Zapata se dio por satisfecho y aceptó entrevistarse con Guajardo. Mientras comían y bebían tequila, Guajardo le regaló un caballo llamado “El As de Oros”, y todos contentos.
También le ofreció que le regalaría 12 mil cartuchos, y le dijo que se los entregaría en un lugar cercano y muy conocido, la hacienda de “Chinameca”.
Luego de la traición, a las 4 de la tarde Guajardo salió de Chinameca rumbo a Cuautla, llevando el cadáver de Zapata amarrado sobre el lomo de una mula. Al estar frente a Pablo González, le dijo: “Mi general, sus órdenes han sido cumplidas”.
Mandaron traer a Eusebio Jáuregui, quien había sido jefe de la guardia personal de Zapata, para que identificara el cadáver. Le quitaron el traje de charro, y le pusieron ropa limpia para exhibir el cuerpo en la inspección de policía.
Posteriormente fue sepultado en Tlaltizapan en un mausoleo donde ya estaban los restos de Otilio Montaño, Eufemio Zapata y otros revolucionarios.

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