viernes, 12 de abril de 2019

PRINCIPAL DE PRIMERA PLANA CON FOTOS

Criminaliza Gobierno a indígenas
al defenderse ante mega empresas
TLAPA DE COMONFORT, GRO.--En la montaña donde nacen los ríos que bañan las tierras ariscas de la sierra y la costa de Guerrero, se forjan los hombres y mujeres que han aprendido desde su nacimiento que la tierra es sagrada, que es nuestro vientre donde se gesta la vida comunitaria.
Es el hábitat milenario donde ha florecido la cultura del don y un modo de vida basado en la igualdad y la reciprocidad. La educación se da no solo en el surco si no en las asambleas, en los espacios lúdicos de las fiestas y en las trincheras donde se defienden los derechos colectivos. La comunidad es el eje que articula las relaciones familiares y las alianzas con los vecinos. Se establecen vínculos de hermandad cuando los comisarios llegan como peregrinos y como principales a los eventos religiosos y políticos que le dan identidad a los pueblos.
La milpa es la planta civilizadora que nutre a la vida comunitaria, el ciclo agrícola del maíz marca la pauta para el ciclo ritual. Las ofrendas en el cerro son los dones más sagrados de las potencias de la naturaleza que protegen a sus hijos e hijas. Los cerros altivos son los cerros vigías, los guardianes de la comunidad, los que protegen a la población de los granizales y ventarrones. Son las figuras señeras que le dan fortaleza a la comunidad para defenderse de los poderes malignos de quienes usurpan los bienes del pueblo.
En la montaña donde habita el jaguar, también se ha forjado el carácter recio de los caballe
ros águilas, de los comisarios tigres, de las señoras nubes, de las doncellas del viento, de las sabias y sabios que interpretan las señales del universo y saben apaciguar la furia de los huracanes. Con ese temple, los defensores y defensoras comunitarios levantan su acero con el puño de la dignidad para impedir la entrada de las mineras.
Por su corazón comunitario son catalogados por los malos gobiernos como delincuentes de alta peligrosidad. Les fabrican delitos y los confinan a penales de alta seguridad al lado de los capos del narcotráfico. La perversidad del poder es mostrarlos como personajes siniestros con el fin de doblegarlos, de que claudiquen en sus ideales y que la población se desmovilice.
Quienes defienden la tierra, como Marco Antonio Suastegui y los presos de las Comunidades Opositoras a la presa la Parota (Cecop), han tenido que enfrentar al aparato represivo del estado para proteger el patrimonio de las futuras generaciones. Son hombres y mujeres que aman la tierra, que saborean los frutos, que cosechan con el sudor de sus frentes, que conocen los secretos de la naturaleza, que aguardan los saberes milenarios y que han logrado ser autosuficientes para mantener un estándar de vida digno de los hombres y mujeres del campo. Por eso las rejas no han impedido de su espíritu libertario rompa las cadenas de la injusticia y de las políticas discriminatorias.
Las mujeres han sido dignas herederas de una cultura que reconoce el lado femenino de la vida comunitaria. Su lucha silenciosa es el arma secreta que mantiene viva la memoria de los antepasados. Son las pedagogas que han sabido cargar con ternura a los pequeños tesoros del pueblo y que han aprendido a cultivar la lengua materna por que saben que es el código de la resistencia.
Ellas siempre están en la primera línea de la vida comunitaria, su fidelidad no tiene límites, su valor pasa las pruebas más difíciles de la vida. Pelean incansablemente y guardan en su corazón las experiencias más gratas que saben transmitir a sus hijos e hijas para que nunca traicionen a su pueblo. Este manantial de la vida comunitaria corre por las venas agrestes de una montaña indómita que resiste y se revela, que lucha y que interpela al poder, que no se agreda y que está siempre dispuesta a dar la batalla para que habite la justicia en las cañadas del olvido. (PiedePágina/SinEmbargo).

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