lunes, 31 de octubre de 2022

LEYENDAS URBANAS

 



 


Las llaves de los recuerdos…


 


Ignacio Hernández Meneses.


 


Valdemar conducía tranquilamente su taxi sobre la Costera, miró de reojo su viejo reloj cuando justo las tres manecillas se hicieron una, en ese frío domingo a la medianoche.


A lo lejos, de entre las palmeras acariciadas por el viento y las sombras de unos árboles de guamúchil, vio como una mano alzada le pidió el servicio. Giró el volante hasta llegar a los pies de una bella mujer, esbelta, de largo vestido blanco y de sedoso cabello lacio que le cubría hasta la cintura.


La joven dama subió al auto azul con blanco y se acomodó en el asiento trasero, su olor a flores impregnó el coche. Con los ojos puestos en el retrovisor, el ruletero le preguntó la dirección a su misteriosa pasajera y luego oprimió un botón rojo para apagar el letrero luminoso del taxi.


-A la calle del Espanto, en Hornos Insurgentes por favor- le pidió al conductor quien de inmediato, enfiló al destino anunciado, a su paso, fue dejando las calles alumbradas por las parpadeantes marquesinas de luces de neón. Las casas y los puestos de tacos que hay por ese rumbo fueron quedando atrás, cada vez más lejos. Por el espejo, el chofer iba viendo que la gente se hacía chiquitita. La fragancia de flores se esfumaba en la medida en que se acercaba a la casa de la pasajera, y el ambiente iba cambiando por un fuerte olor a carne podrida.


-¿En qué casa señorita?- preguntó el presuroso taxista a su solitaria pasajera.


-En esa casa azul… la que tiene la campana-, le señaló sacando la mano por la ventanilla.


De su blanco bolso sacó un par de billetes que eran mucho más de la cuenta, se los dio al chofer y le pide “ahora, me va hacer el favor de bajar, tocar la puerta y de entregarle estas llaves a mis papás, ¡ah! y me los saluda, ahorita le van a abrir… y luego se regresa porque me va a llevar a trabajar al hotel Marriot”.


Presuroso, Valdemar toca puerta y hasta la enésima campanada salió una señora gorda enfundada en pijama rosa pastel.


-Doña, me manda su hija, y dice que le deja estas llaves de la casa que se llevó y que salude a sus papás…


-Joven, oiga ¿dónde vio a mi hija? ¿usted quién es?- replicó la afligida mujer, que tenía los bellos de sus brazos erizados y que no daba crédito al recado que le daba el taxista.


-Mire, le entrego las llaves que es lo que me encargó y que salude al señor, yo soy chofer y solo estoy cumpliendo lo que me encargó mi pasajera.


Valdemar se dio la media vuelta. Dejó con el Jesús en la boca a la doña, y bajó las escaleras de la entrada, sacó las llaves de su auto y al abrir su taxi se dio cuenta que, como por arte de magia, su pasajera había desaparecido. Volvió a respirar ese olor a flores, a primavera como si estuviera en el campo.


Su repentino asombro lo hizo voltear a la casa de su pasajera. La obesa señora aún observaba de puntitas sobre sus chanclas, y se asomaba al fondo del taxi como buscando algo que se le había perdido.


-Venga joven, le voy a pagar su dejada, a mi hija no se le quita la costumbre de subirse a los taxis y bajarse sin pagar-, repuso la vecina de la oscura calle del Espanto.


-Señora pero si ya me pagó y hasta se pasó de la cuenta con estos dos billetes.


-Pásele muchacho, lo invito a pasar, quiero platicarle algo con mi esposo-, le pidió al tiempo que lo tomó del brazo y el taxista asombrado, volteó a ver su carro que había dejado a media calle con las luces prendidas, pero el auto ya estaba sobre la banqueta y con las intermitentes apagadas.


-Viejo, te habla un nuevo amigo de Alma-, gritó feliz la  señora pero con lágrimas en los ojos.


-Oiga señora yo tengo que trabajar, de que se trata…


-¡Buenas noches joven! ¡Bienvenido a esta su casa!, le dijo el padre de Alma, la pasajera, mientras abría el refrigerador y sacaba dos cervezas heladas.


-Ándele tómese una cervecita, me da gusto conocer a los amigos de mi hija Almita…


-Oiga pero es que…


-No se agüite, los amigos de mija son amigos de esta casa también. Mire por su trabajo no se preocupe, hoy la cuenta del taxi la pago yo, para que no salga a chambear lo que resta de esta noche especial, tan especial para mi familia, y ahora para usted…


-Ánde pués, ¡tómese una chelita conmigo…!


Ahora, Valdemar estaba más frio que la cerveza. Con sus ojos recorría las azules paredes de la amplia casa, la sala estaba tapizada de fotos de una sonriente muchacha en la flor de su vida. Unas con amigos y amigas abrazados, otras, en traje de baño y con sus padres en la playa; también un atardecer saboreando raspados de grosella en La Quebrada. Su foto de quinceañera con las mejillas manchadas de merengue; la del kínder con su delantal pintado de colores y sus cabellos brillando como arcoíris; y hasta arriba, un cuadro de caoba presumiendo el título de la Universidad con su imponente águila en medio, y otras más, abrazando a sus padres en su graduación.


Era ella, no tenía la menor duda, era su mismísima pasajera que recién huyó de su taxi y que ahora sabe de oídas que se llama Alma Espíritu.


Ya Valdemar llevaba en sus adentros tres cervezas y se había bebido con avidez dos jarritos con tequila y chupado dos limones para olvidarse de sus nervios;  después de esa tempestad, su corazón ya había regresado a la calma.


-Mire joven. Mi esposa Eduviges Cruz y yo le agradecemos que nos hayga traído las llaves y el saludo…


La madre no aguantó más la carga de los recuerdos, y rompió en llanto al recordar las largas noches de espera, los días en que veía a su hija correteando el tiempo y siempre con las llaves en la mano antes de irse a trabajar al hotel como gerente de Relaciones Públicas del tradicional hotel construido a finales de los años sesentas en Acapulco.


-Mire Valdemar, precisamente esta triste y última  noche de octubre, la familia toda, recordamos a mi dulce Almita y es que precisamente, esta noche cumple 5 años de que Dios se la llevó. Hace cinco años, mi´ja se fue a trabajar, pero justo a la medianoche, cuando casi llegaba al hotel, tres mariguanos le salieron al paso en donde era el hotel Papagayo, y entre la oscuridad de unos guamúchiles, la asaltaron, la amagaron, amenazaron a mi niña, la apuñalaron y ya muerta, esos desgraciados malvivientes abusaron de ella. Amaneció torturada, violada… muerta, y a nosotros también nos despedazaron la vida.


A Valdemar casi se le salían los ojos por ese momento gris y amargo que vivió esa familia, dos gotas cristalinas rodaron hasta sus labios, se los bebió. Gritó en silencio, se apretó los labios y rechinó sus dientes.


“Esa noche de esplendorosa luna plateada de octubre, el último día de octubre casi el Día de Muertos, fue el Día del Adiós de nuestra Alma”, relató el viejo mientras ojeaba el polvoso álbum de la familia con más fotos de su niña abrazando una  piñata; la de aquel primer día en que lloró aferrada de la puerta del jardín de niños, mientras la señora sollozaba con el alma hecha añicos por los soles que le arrebetaron los malvivientes. Tiempo después, los periódicos informaron que los asesinos luego salieron de la cárcel porque el juez dijo que debía declarar la víctima, para que hubiera justicia.


Los hermanos de Alma Espíritu empezaron a salir de sus cuartos, de nueva cuenta habían escuchado con atención esa historia que bien conocían. También suspiraron por la hermana ausente hacía cinco octubres.


-…Y estas llaves que usted hoy nos ha dado, yo mismo se las puse en su ataúd a la hora en que la caja bajaba a su cripta para enterrarla. Después, con puños de tierra la cubrimos de cruces y agua bendita, con rosas, claveles, gladiolas, bolas de hilo, cempazuchil…


-…Y esos dos billetes con que le pagó, son los mismos que yo saqué de mi camisa, y se los di para que pagara en el más allá, ese viaje que dicen que hay para cruzar el río y llegara al paraíso prometido…


Con las manos temblorosas, Valdemar intentó sacar el dinero de entre sus ropas, pero una fuerza dentro de su alma le impidió estirar la mano para entregarlo.


-Pues bien, señor Valdemar, yo le voy a pagar este día de trabajo, y aquí tiene usted su casa, cuando se le ofrezca, no tenga miedo, cuando a su familia le falte un poco de dinero, no dude en pasar aquí a la casa de nuestra hija, la inolvidable Alma, para ayudarle.


Ya repuesta, la madre de la joven, pidió al taxista como un último favor pasar a la recámara de su hija, para comprobar que una de las llaves que llevó eran efectivamente del cuarto y del closet donde estaban todos sus recuerdos.


-No hemos tocado nada desde que se fue- dijo muy triste la madre. Abrieron la habitación y una foto congeló la sonrisa de su pasajera. La familia abrió el closet y se podían ver los elegantes vestidos, uno de ellos, cayó encima de unos alhajeros de colores que olían a laca, la madre levantó el vestido, lo extendió y abrazó como si su hija lo tuviera puesto, con voz entrecortada, la madre alcanzó a cantar algunas frases de “Amor eterno”. “Tarde o temprano estaré contigo para seguir amándonos…”


El vestido olía a flores, a la misma primavera que Valdemar llevaba ya en sus nuevos recuerdos… y es que ese vestido blanco era el mismo con el que Valdemar conoció a Alma, la de la llave de los recuerdos…


*Fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por leer La Crónica, Vespertino de Chilpancingo, Realice su comentario.