martes, 24 de enero de 2023

𝗗𝗲 𝗺𝗲𝗺𝗼𝗿𝗶𝗮𝗹𝗲𝘀 𝘂𝗻𝗶𝘃𝗲𝗿𝘀𝗶𝘁𝗮𝗿𝗶𝗼𝘀 𝘆 𝗵𝗼𝗺𝗲𝗻𝗮𝗷𝗲𝘀 𝗺𝗼𝗱𝗲𝘀𝘁𝗼𝘀



ℰ𝓁𝒾𝓃ℴ 𝒱𝒾𝓁𝓁𝒶𝓃𝓊ℯ𝓋𝒶 𝒢ℴ𝓃zá𝓁ℯz

La primera en saludarme, en la inmensidad de su sencillez, es la maestra Cecilia, la única mujer entre nuestros nueve próceres alojados en el Memorial Universitario, por allá en un rincón de la explanada de acceso a Rectoría.
“Bienvenido —me dice, con su amabilidad etérea—. Gracias por acordarte de nosotros”.
Decido meterme en los diez o quince años de vida que he perdido, o más bien que me han quitado los linchamientos y las discriminaciones más crueles en todos los ámbitos, incluso por algunos de mis más cercanos, especialmente en la Universidad Autónoma de Guerrero.
Me quise poner místico, escaparme, ausentarme por la vía de la belleza de la Palabra y el Lenguaje, como ha pasado otras veces. El momento lo vale: hundirme en las nostalgias, y hacer este día mi crónica más auténtica, real, verdadera.
Ya reunido con todos, les anticipo mis disculpas más sentidas por esta visita singular a su recinto, y más por el motivo, y a través de ellos me disculpo con la comunidad de mi casa, mi espacio de desarrollo personal y profesional, la máxima institución académica del estado, pero, sobre todo, con absoluto respeto, hacia sus familias.
Han pasado tantas cosas en estas más de seis décadas de Historia de la UAG de tan bellos recuerdos, ahora identificada oficialmente como UAGro, y casi sesenta años de mi edad, que el momento lo justificaba: mientras uno envejece, más nostálgico se pone y reflexiona sobre los momentos de la vida y las personas y los personajes a los que algo les hemos quitado para construir el perfil nuestro, en mi caso absolutamente altruista y pacífico, sin fines de lucro: no tengo ni casa ni cama ni carro, ningún bien material, y mucho menos lujos ni ostentosidades.
“¿Es esto alguna forma de reclamo, estimado Elino?”, me pregunta, con su humildad proverbial, el doctor Wences.
“Para nada, doctor. Elementos me sobrarían, pero no, no es una protesta, ningún mitin, que ganas no me faltan. Mis energías son cada vez menos. Estoy físicamente debilitado, por no decir abatido. Ya no quiero queso, sino salir de la ratonera. Mi vejez adelantada, prematura, por mi forma de ser, por mi perfil y por los contextos de la época, han relajado mis parámetros. Ya dejé de ser el impulsivo de aquellos tiempos, ¿se acuerda? Si fuera el caso, empezaría, como ejemplo, por calificar como inadmisible y grosero que a Ustedes, con toda su trayectoria y su prestigio, les hayan construido un espacio de apenas unos cuantos metros cuadrados para recordarlos, ¡casi un metro por cada uno!, y una pírrica plaquita de diez por treinta centímetros con su nombre, qué pichicatos. Un Memorial Universitario debería ser un espacio inmenso, todo un campus, con áreas, jardines, salas, instalaciones, para recordar los momentos gloriosos de la fundación de nuestra alma madre y a los seres que le aportaron a su grandeza. Qué mal nos vemos, cuánta mezquindad colectiva al abrirles un espacio hasta por acá, rumbo al estacionamiento vehicular, así como para que no digan que no los recordamos…”
El inmenso flaco Aréstegui me mira con algo de recelo. Nunca trabamos amistad, ya no hubo tiempo, pero sus aportaciones a la lucha social, al México moderno de instituciones autónomas y ciudadanizadas, en la mal llamada “Guerra Sucia”, desde su trabajo en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria y todas sus trincheras, es sencillamente inconmensurable. Su conversación toma el rumbo de las anécdotas en las reuniones maratónicas de aquellos tiempos que no volverán.
El maestro Montoro, hierático, serio, sonríe con mi puntada, pero no opina, prefiere no entrar en polémica. Digamos que lo deja para después.
Todo él caballerosidad y diligencia, el doctor Arrizón opta por recordar momentos de su campaña por la Rectoría, frente a sí un gran orador, un politólogo de convicción, un profesor admirable, a quien, sin embargo, derrotó con todo y esas prendas: el a la postre gobernador interino, Rogelio Ortega Martínez, también héroe de aquellas épocas.
Armando sí me saluda algo efusivo, pero respetuoso, como siempre. Me encanta escuchar sus palabras con la erre en tono francés, arrastradita, creo que a muchos ese detalle de su personalidad siempre nos dispara las añoranzas. Se ríe cuando traigo a la memoria las consignas: “¡Compañegas y compañegos univegsitagios, aquí fgente a esta cueva de Ali Babá y sus cuagenta ladgones…!”
Me pregunta sobre temas que quedaron inconclusos, y rememoramos entre risas la anécdota aquella en que íbamos en marcha a la Ciudad de México y, durante la madrugada, en la pernocta, todos los contingentes dormidos, una locomotora del tren de Iguala provocó una estampida en Buena Vista de Cuéllar, iniciada por los costeños, asustadísimos, porque no sabían lo que era un ferrocarril y se imaginaron lo peor: la llegada de un pelotón de soldados y policías para reprimirnos, algo así.
El maestrísimo Bermúdez rememora aquella vez en que salió corriendo en una de las explanadas de la UNAM, en la Ciudad de México, cuando ciertos compañeros de la Izquierda Independiente lo descubrieron y trataban de agredirlo, en reacción por actos de su grupo político, cuando ser "pescado” (seguidor del Partido Comunista Mexicano), era un pecado original, pues los verdaderos militantes progresistas luchaban en busca de un mundo mejor por la vía armada, no por la electoral.
Con el doctor Pablo conversamos sobre algunos manuscritos incompletos, y a los cuales, en acuerdo con su familia, hemos decidido meterles mano para cuadrarlos, ordenarlos y gestionar que se editen y publiquen, ojalá que el olvido y el desdén por la Historia y el pasado nos permitan lograrlo para difundir los valores de nuestra noble institución.
Con el que sí de plano tenía ganas de encontrarme es con el excelso maestro emérito Bonilla. La plática con él sigue el curso de los parámetros y los indicadores de los nuevos planes de estudio y las evaluaciones del aprendizaje, y más allá, con las nuevas modalidades de enseñanza a distancia, virtual, mediante plataformas digitales. No quiere hablar de la posibilidad de las simulaciones en las cifras oficiales. Nada que ver con aquellos tiempos en que teníamos que chutarnos todos los libros de cada tema y materia, no como ahora, que con un click están a nuestra disposición en Internet miles de opciones para escribir el mejor de los ensayos y, sin embargo, parece que no estamos a la altura de las tecnologías, domina el copia y pega, el plagio descarado y sin contemplaciones, el fusil del refrito como mérito académico.
Esta vez quise vivir el día diferente, y estar un rato con ellos, en el Memorial Universitario, bastante modesto, por desgracia. Bien que se pudo emprender una colecta entre los universitarios y la sociedad para abrir un área grande, con sus bustos, por lo menos. Se lo merecen.
Yo no tengo su trayectoria ni sus méritos, pero estoy a la espera de que mi Universidad algún día realice en mi favor el acto de desagravio formal, institucional, que creo merecer por haberme hecho víctima, hace casi ocho años, de la más grave violación a los Derechos Humanos, la más infame y cruel e injusta humillación a un integrante de nuestra comunidad universitaria, cuando de forma dolosa, imprudente, antiética e irresponsable, mi propia casa, mi Universidad, a través de la Coordinación de Asuntos Jurídicos, en una confabulación inaudita con algunos de mis compañeros de trabajo, me enviaron a la cárcel como a un vil delincuente bajo el cargo absurdo de que mis títulos eran falsos, puesto que los obtuve con todos los honores.
Es la diferencia con ellos, aparte de la inmensidad de su prestigio, por supuesto: la mayoría murió de enfermedad, por causas naturales, y Armando, asesinado por las balas de la violencia endémica de los contextos políticos del sur, también crueles e inhumanos.
A mí, en cambio, me quitaron la vida mi propia Universidad y algunos de mis colegas.
De vuelta a la realidad, cumplido el protocolo del pastelito y las velitas, regreso para seguirle a la vida y al trabajo, hasta que Dios diga, sin rencores ni resentimientos, y menos a esta edad, de forma plenamente pacífica, como siempre ha sido mi perfil, confiando a lo mejor con demasiada ingenuidad en que alguna vez cortemos peras de los olmos.
Gracias a nuestros nueve próceres egregios de la Universidad Autónoma de Guerrero por recibirme en su espacio para celebrar mi cumpleaños del año 2023, feliz, plenamente feliz, en modesto homenaje a ellos, y gracias, desde luego, a todos quienes han creído y confiado en nosotros.
Sí, pues.

#QuédateEnCasa#🏡🏡

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