miércoles, 4 de enero de 2023

De oficio periodístico y homenajes solitarios


𝙀𝙡𝙞𝙣𝙤 𝙑𝙞𝙡𝙡𝙖𝙣𝙪𝙚𝙫𝙖 𝙂𝙤𝙣𝙯á𝙡𝙚𝙯

Una botella de agua de marca conocida, que se anuncia como sana y pura, a medio rellenar con una sustancia tenebrosa, luce en el pedestal de nuestro prócer regional mayor del Periodismo, también poeta y escritor: Humberto Ochoa Campos.
La firma en cuatro dígitos de una banda de esas contraculturales y atrevidas, impresa en aerosol blancuzco sobre la placa cobriza, impide ver su nombre egregio para cualquiera que conozca algo de la Historia del Periodismo de Chilpancingo, de la ciudad y de Guerrero.
No sé si llegué muy temprano o demasiado tarde al zócalo, y vengo solo porque ya el malvado Croniquero, mi biógrafo arrepentido, el personaje irreverente que decía y me atribuía cosas que no se pueden decir ni menos publicar en la hipocresía que norma las relaciones sociales, y por lo tanto limita el ejercicio de la prensa, me ha abandonado…, ¡tengo una suerte para las traiciones!
Los aseadores de calzado ahí al lado se afanan como cualquier otro día en su rutina olorosa, pues casi a las once no han sido notificados sobre la realización de la ceremonia que cada año, el 4 de enero, se realizaba desde hace más de tres décadas por el Día de la Libertad de Expresión, o Día del Periodista.
“No nos han avisado. Siempre nos decían, para que nos recorriéramos un poquito y abriéramos espacio para los periodistas y sus invitados. Hoy nada nos dijeron”, explica uno de ellos, y señala la línea imaginaria en la que debería desplazar su área de trabajo para honrar a los tundeteclas de antes y de ahora, se supone.
Por ahí anda el apreciado don Teo, fotógrafo, y poco después arriba el buen amigo Domingo, no sé si llamarlos periodistas de la vieja guardia, a lo mejor se ofenden, y ellos tampoco saben algo de la ceremonia emblemática e infaltable en honor del Periodismo guerrerense, de los activos y los ya finados.
Alguien explica que por la pandemia de COVID19 el año pasado y el antepasado no se realizó acto alguno, pero era de esperarse que ahora que se ha vuelto a la “normalidad” aquí deberían estar los diaristas que valoran su herencia, su pasado, y rinden pleitesía a quienes se han adelantado, más allá de las convicciones personales y los contextos profesionales y las circunstancias sociales.
Al sur de la ciudad está convocada a la misma hora una comilona con la presidenta municipal, Norma Otilia Hernández Martínez, de quien entiendo que su jefe de prensa sigue siendo el buen Russel Rivera Romero, con el motivo sagrado del Día de la Libertad de Expresión, y el caballeroso médico don Gustavo Alarcón Herrera convoca a otro desayuno, también ya tradicional, mañana jueves.
“No voy a donde no me invitan”, dice por mensaje otro colega que no atina a informar ni de una cosa ni de la otra. ¿Qué pasó? ¿Los nuevos periodistas, egresados de las universidades, han cambiado la línea de la honra formal a la profesión y al oficio? Esa y más preguntas se plantean integrantes del gremio sin que haya una explicación de lo que ocurre en estos tiempos modernos.
Ni modo, sin discursos ni protocolos, don Teo y Domingo y este servidor armamos nuestro homenaje en solitario, al cabo que lo que en la realidad se conmemora es la fundación del Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa, ¡justo hace cien años!, que en su heroica Delegación XVII de Chilpancingo, mi casa de siempre, no da señales, en la modernidad del ejercicio periodístico con las nuevas tecnologías… y actitudes.
A mucha honra, cumpliendo ya 42 años en el ejercicio, rememoramos con el corazón lo que ha ocurrido en este espacio histórico, la Plaza de la Libertad de Expresión, que merece respeto, por el lado que se vea: aquí despedimos a José Manuel Benítez Bustos, el maestro de la crónica, y a Roberto Aranda Lewis, un señorón, en su sepelio, por citar sólo a dos de los comunicadores empíricos de entonces que abrazaron con pasión el oficio.
La lista es larga de quienes desde el gremio se nos han adelantado: el hermano generoso Ramón Ortega y el no menos gentil Rogelio Félix, y ni qué decir del enorme Julio César Saucedo, Miroslava Breach, Maximino Rodríguez, Raquel Romo, don Carlos Morgan, Mario Santiago, Alfredo Carballo, José Agustín Reyes, Fernando Amaya Guerrero, Enrique Valenzuela, Jorge Ugalde, José Luis Arreazola, Magín Olachea, Eutimio y Eduardo Pinzón, Francisco Díaz Villarreal, Manuel Cabrera, Víctor Flores, Carmen Diestro, Adolfo Lucero, Juan Raúl Zavala, Adán García, José María Tapia, Félix Mendoza, Rubén Villarreal, Vicente Delgadillo, Mario Álvarez, los hermanos Heriberto y Jesús Chávez, Jorge Cervantes, y nuestra queridísima y añorada Aracely Hernández Flores, por el lado de la palomilla de prensa de Baja California Sur.
En cuanto a los periodistas guerrerenses, mi maestro inolvidable Andrés Campuzano Baylón, Leoncio Domínguez, don Rafael Rodríguez Sánchez y su hija Carmelita, el buen Raúl Arriaga, Heladio Millán, mi compadre Agustín Nava, don Reemberto Valdez Ortega, José Luis Nava Landa, Fredid Román, don Héctor García Cantú, Jesús Abel Bueno León y Filiberto García Aguilar, don Hermilo y Micky Castorena y don Félix J. López Romero, entre otros.
La neta que es un privilegio haber nacido y crecido en los gremios periodísticos de dos estados tan diferentes como emblemáticos de la cultura del sur y del norte: la inigualablemente histórica Chilpancingo, y La Paz, la ciudad más hermosa de este país, y poder decirlo cuarenta y dos años después de esa distinción tan especial en el trabajo de dos de los medios de comunicación más influyentes de México: El Universal y Notimex, y una docena de medios regionales serios y prestigiados, impresos y electrónicos, radio y televisión.
Ni siquiera vale la pena intuir si los periodistas modernos, los que egresan con títulos de las universidades, se supone que mejor preparados que quienes nos formamos en el empirismo de los talleres y las salas de redacción, son menos o más conscientes de su papel, sobre todo por los programas de protección de que disponen y las herramientas modernas con que cuentan.
Para nada, nuestros respetos para todos. Nosotros hemos tratado de defender la dignidad elemental de ejercer un oficio cuya materia prima es información de interés colectivo, y con ello lo que uno opine o informe tendrá efectos dañinos o benéficos para alguien, y por lo tanto habrá que tener cuidado en lo que dice y publica.
Por lo pronto, nuestros actos y el ejercicio del oficio se apegan a la transparencia absoluta: somos parte de la lista de periodistas que hemos publicado nuestros ingresos, su origen y a qué los destinamos, jamás hemos sufrido la vergüenza de recibir una carta aclaratoria y tampoco hemos recurrido al anonimato cobarde para dar a conocer una información.
Así que rendimos un homenaje solitario y respetuoso a todos, los periodistas empíricos y los profesionistas, todos quienes de una forma o de otra, con nuestras limitaciones y contextos, asumimos la pasión de informar.
Sí, pues.

#QuéfateEnCasa🏡💙

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