jueves, 26 de enero de 2023

𝗖𝗿ó𝗻𝗶𝗰𝗮𝘀

 
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𝘿𝙚 𝙨𝙤𝙧𝙥𝙧𝙚𝙨𝙖𝙨 𝙪𝙧𝙗𝙖𝙣𝙖𝙨  
𝙮 𝙨𝙪𝙚ñ𝙤𝙨 𝙢𝙪𝙣𝙙𝙖𝙣𝙤𝙨

ℰ𝓁𝒾𝓃ℴ 𝒱𝒾𝓁𝓁𝒶𝓃𝓊ℯ𝓋𝒶 𝒢ℴ𝓃𝓕á𝓁ℯz

Revista Numeralia del sur 229
 

El día pintaba para cualquier cosa, todo, lo más increíble, en la realidad cotidiana fuera de la lógica que parece regular los actos humanos colectivos en nuestra querida y caótica primera capital nacional: Chilpancingo, Guerrero.
Pero esto era demasiado. Fue necesario pellizcar los brazos una, dos veces, para comprender lo que pasaba, convencido de que superaba todos los parámetros ya conocidos y comprobados.
Nos habíamos subido en una de las “combis” de las rutas largas del servicio de transporte colectivo, ya sabemos que en las que van al fraccionamiento Reforma y sus anexas trabajan algunos de los operadores más amables, serios, atentos, y eso sí, los que ponen la mejor música, pero puede que esto haya ocurrido en alguna otra, uno qué va a saber con lo que vendrá a salir el destino.
Iba en el asiento del copiloto, revisando notificaciones y mensajes. No me había percatado siquiera de la imagen del conductor, es más, al final de la aventura eso ni era lo importante. Cierto que llevaba música agradable, al menos no la gritería ni los estribillos pegajosos y bobalicones ni las alegorías a la delincuencia a las que se nos tiene acostumbrados.
Una mujer cruzó la lateral de la avenida, pasó frente a la unidad, se acercó a donde yo estaba y desde ahí habló con el chofer. Yo lo entendí, incluso, me recargué en el asiento para facilitar el diálogo desde la ventanilla hasta el volante.
“¡Ya pagué, mi amor! —le dijo ella, amable, sonriente. Hay que suponer que se refería a algún servicio, una deuda, un abono de esos de moda—. Ahora voy aquí enseguida, y después al centro…”
“Muy bien, mi amor. No te tardaste —le dijo él, en el tono más caballeroso y atento que uno pueda imaginar, tomando en cuenta la imagen que los mismos operadores del transporte se han encargado de construirse, agregada la picardía colectiva hacia ellos y el afán crítico por un servicio en general pésimo—. Ve con cuidado, por favor. Nos comunicamos. Te aviso a qué hora llego a cenar. Si me ves en alguna de las paradas, me hablas…”
¡O sea! ¡Sin palabras!
Cualquiera que hubiera escuchado la conversación, al menos hasta ese punto, se habría quedado estupefacto. Las anécdotas de muchos choferes de las “combis” y las “urvans”, llamados “combieros” por los usuarios, son nefastas, dignas de los machos más engreídos y groseros, y no es exageración. Por supuesto que hay algunos que son diligentes, responsables, caballerosos, pero por más que uno quiera hablar bien de ellos, la fama no se la pueden quitar como gremio.
Por si no fuera suficiente, el operador extrajo de un compartimiento un billete de doscientos pesos y lo extendió frente a mí a la mujer, y lo que le dijo francamente rompió todos los esquemas.
“Ten, mi amor, para que te eches un taco —le dijo. Hasta entonces capté que era un señor ya algo maduro, de perfil mediano, serio, tirándole a moreno—. No quiero que andes con hambre, no te malpases…”
“No, amor, así está bien. Tú tranquilo, todo bien, no pasa nada. Ya desayuné. Comí algo. Tú desayuna”, le contestó la mujer.
“Tú, come, mi amor. Y si no, te compras algo. Llévatelo, por lo que se ofrezca”, le insistió el señor.
Ella tomó el dinero, y se despidió: “Me voy, pues. Cuídate. Te quiero mucho. Maneja con cuidado. Nos vemos al rato”.
“Gracias, mi amor. También te quiero mucho…”
El silencio era interrumpido apenas por canciones de José Luis Perales, a bajo volumen, y el cobro de pasaje a los usuarios que subían en la terminal de origen: el mercado municipal, desde donde parten todas las rutas.
“El amor,/ es una gota de agua en un cristal,/ es un paseo largo sin hablar,/ es una fruta para dos…”, entonaba el cantante español de moda en los ochenta.
Buena señal de Año Nuevo, con ganas de gritarle a todo el mundo que sí podemos ser felices si respetamos, comprendemos y ayudamos y queremos a todas las personas a las que tenemos cerca: familiares, conocidos, amigos.
Mejor señal todavía ahora que, por problemas de salud, por los achaques agravados después de linchamientos y discriminaciones, hemos dejado el Parque de Educación Ambiental Granja Amojileca-Venadario, para dedicarnos por completo a la promoción de la lectura y la escritura en la mayor cantidad de planteles que sea posible en el estado de Guerrero.
Buen augurio por el inicio de 2023, desde un ámbito y un gremio en el que nunca esperamos escuchar y ver algo así, para desearles a todos los lectores de Numeralia del Sur que sean felices, que haya sobre todo salud en sus familias y que se cumplan todos sus propósitos con éxito.
La unidad arrancó, avanzó, se metió hacia lo profundo del ajetreo cotidiano en la ciudad. Era obvio que el conductor se dio cuenta de que seguí toda la conversación con su mujer, su pareja, su compañera.
“Oiga —le dije, a mi vez, rompiendo la pausa obligada por la sorpresa—: ¿Cómo me explico lo que acabo de ver? Supongo que estará de acuerdo conmigo en que no es común presenciar algo así en su ambiente de trabajo…”
“Gracias —me contestó—: Mire, amigo, la vida es tan bella que hay que vivirla, y si alguien, en este caso una mujer, es capaz de compartir con uno la suya, pues hay que darle amor, hay que corresponderle con cariño, con respeto. ¿No le parece?”
Y siguió la ruta, la sorpresa urbana y los sentimientos sostenidos en la voz de José Luis Perales: “…Y se durmió,/ y la noche le gritó:/ “¿Dónde vas?”,/ y en sus sueños dibujó/ gaviotas y pensó:/ “Hoy debo regresar”./ Y regresó,/ y una voz le preguntó:/ “¿Cómo estás?”/ Y al mirarla descubrió/ unos ojos/ azules como el mar…”

*Cronista, Medioambientalista y Catedrático

#QuédateEnCasa🏡💙

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