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Elino Villanueva Gonzรกlez

Varias decenas de derechohabientes, jรณvenes, mayores y no tanto, deben ser como ciento cincuenta, aguantan el friyito de las seis y media y hacen fila con sus identidades humanas encerradas y cubiertas en frasquitos para la ocasiรณn que abrazan y esconden en su regazo.
Cuatro logotipos blancos con el รกguila estilizada del Instituto Mexicano del Seguro Social lucen en la barrera de cristal y aluminio que marca el acceso principal a la clรญnica 3 en nuestra Chilpancingo histรณrica y caรณtica, en la cรฉntrica avenida Miguel Alemรกn.
Al lado, una lona promete en letras grandes un “Entorno saludable”, con medidas dispuestas despuรฉs del Covid, para todos, especialmente los adultos mayores.
Un centenar de tulipanes y rosales y cipreses y crotos y palmares y nanches y nรญsperos lucen frescos en las jardineras y algunos hasta florecen rozagantes, a pesar de no tener ni rastros de haber recibido una gota de agua en meses, y sรญ, en cambio, restos de basura y botellas de plรกstico vacรญas, y hasta dos que tres envases de caguamas de vidrio.
Un agente de seguridad, todavรญa joven, vestido todo de azul marino, presume su leyenda: “Policรญa protecciรณn federal”, en la espalda, mientras, celular en mano, ordena con sus criterios mostrencos a los usuarios del servicio del laboratorio y a sus acompaรฑantes en las filas y a los lados.
Las cuatro o cinco bancas blancas de metal con tres asientos anchos cada una, en total no mรกs de quince espacios para descansar, al fondo del pasillo, se llenan a las primeras de cambio.
“¿A dรณnde va?”, pregunta el oficial, con un aplomo indudable, apenas he rebasado el tercer escalรณn, despuรฉs de los cristales, ya en la explanada principal del Hospital General. No hay una silla en todo el amplio espacio para reposar ni por equivocaciรณn.
“Ando buscando un asiento para esperar a una persona”, le digo.
“Allรก afuera se puede sentar”, contesta, casi ordena.
“¿Dรณnde? Las jardineras son de metal. ¿Quรฉ no pueden poner aunque sea algunas banquitas?”, me pongo subversivo. No lo hubiera hecho, nada consigo.
“Pues siรฉntese en la banqueta. Ahรญ se sientan todos”
“¿Todos? ¿Hasta los ancianos?”
“Todos. Ahรญ bรบsquele…”
Tiene razรณn. Sรญ hay asientos. Tenemos que buscarlos. Estรกn como a cuarenta metros, en la esquina de la avenida Alemรกn con una callecita que toma hacia el poniente y topa con la Secundaria Raymundo Abarca. 
Allรก vamos los mรกs urgidos y necesitados. Son cuatro bancas: una de ellas, de cuatro asientos, completa, y otras tres, de tres reposaderas cada una, dos de ellas tlampetas, con su espacio de en medio vacรญo, bien a la mexicana.
El mรณdulo corresponde al รกrea de Urgencias del Hospital, pero estรก afuera de las instalaciones, sin paredes, asรญ que quienes estรกn al pendiente de algรบn enfermo o herido grave deben aguantar el frรญo de las noches y las madrugadas sin protecciรณn alguna.
Tiene enfrente un puesto de nachos y crepas, al otro lado de la callejuela, y un toldo que protege del sereno y de la identidad biolรณgica de las palomas, que desde las ramas de la jacaranda enorme que las cobija por las noches han dejado sus marcas grises encima de la lona blanca.
Por mรกs que el olfato trata de preferir el olor perfumado de las flores lilas de la jacaranda, de vez en vez domina la presencia en el aire del olor del drenaje que circula desde el oriente justo debajo de la sala de espera, en la antigua barranca de San Miguelito, antiguamente sonriente y cristalina, ahora acanalada y convertida en escurrimiento de aguas negras, igualito que el rรญo Huacapa y sus demรกs afluentes.
Para las ocho de la maรฑana, cuando los derechohabientes han entregado sus muestras exocrinas y los empleados administrativos han empezado a llegar, el contorno es ya una romerรญa de dimensiones respetables, un pequeรฑo mercado en plena avenida principal de la ciudad, un punto de referencia en la histรณrica y desordenada primera capital nacional, la de los bloqueos de calles continuos y por cualquier razรณn.
Por acรก ofrecen champurrado, cafรฉ, atole blanco, de piรฑa, de avena y de arroz, con pan y tamales, en vasos y platos desechables que al rato aumentarรกn la presencia de basura en las jardineras y las barrancas.
En otros mรกs de la decena de puestos hay mรกs atole y mรกs tamales, o jugos y gelatinas y yogur, lo necesario alrededor del servicio obligado en un Hospital importante.
El intendente se afana en retirar los rastros lilas de la floraciรณn del รกrbol, y se siente orgulloso del elogio sobre sus plantas relucientes.
“¿Quiรฉn las riega?”
“Pues yo, porque del Ayuntamiento ni sus luces. Nunca ha venido la “pipa” de Servicios Pรบblicos, de Parques y Jardines. Les pongo el agua en la mera patita, para que no se sequen”.
La รบltima empleada del Seguro Social en llegar a la oficina agrega su automรณvil a la cola de la doble fila de mรกs de quince vehรญculos que ya dan forma respetable a la hilera en la calle mรกs emblemรกtica de la ciudad.
“Ya se me hizo tarde —le dice a una compaรฑera suya, rumbo de la entrada para el personal, y remata la descripciรณn del que serรก un dรญa mรกs, como cualquier otro, con su caos cotidiano, que de tan comรบn ya lo tomamos como normal—: Hay un pinche “trafiquero” de la chingada en las calles…”
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