饾檴饾櫓饾櫈饾櫒 饾棻饾棽饾榾饾榿饾椏饾椉饾槆贸 饾棓饾棸饾棶饾椊饾槀饾椆饾棸饾椉;饾棾饾棽饾棻饾棽饾椏饾棶饾棸饾椂贸饾椈 饾椆饾椉 饾棶饾棷饾棶饾椈饾棻饾椉饾椈贸


 
饾檲饾櫈饾櫆饾櫔饾櫄饾櫋 脕饾櫍饾櫆饾櫄饾櫋 饾檲饾櫀饾櫓饾櫀 饾檲饾櫀饾櫓饾櫀/Reportero de S铆ntesis de Guerrero/饾槏饾槹饾樀饾槹 de 饾檯饾櫎饾櫒饾櫄饾櫅饾櫈饾櫍饾櫀 饾檵饾櫀饾櫓饾櫑饾櫈饾櫂饾櫈饾櫀 饾檧饾櫍饾櫑铆饾櫐饾櫔饾櫄饾櫙 饾檱饾櫔饾櫍饾櫀.

饾棤饾椂茅饾椏饾棸饾椉饾椆饾棽饾榾 饾煯饾煴 饾棻饾棽 饾椉饾棸饾榿饾槀饾棷饾椏饾棽.
— “Todos se van a casa y se resguardan”, dijeron a los empleados. “La tormenta viene con fuerza”.
Cerraron el negocio como a las cinco de la tarde y pasaron a surtirse de agua, atunes enlatados y trozos de policarbonato para reforzar las ventanas.
Pringar se dice cuando peque帽铆simas gotas de agua anuncian la certeza de una tormenta que se avecina. Se empaparon con ellas cerca de las ocho de la noche.
En casa escucharon el ruido de la lluvia que se intensific贸 como a las diez de la noche. Comenzaron los silbidos del viento entre las hendiduras de las puertas.
A las once la cortina de agua no dejaba ver las casas de cart贸n que adornan los cerros de enfrente.
Fue a las once con cincuenta que el ruido se hizo, as铆 como el de una locomotora que se avecina.
— Pof, pof, pof, bram贸.
Ella dorm铆a. 脡l subi贸 para cerrar la puerta de hierro de la azotea. Se la arrebat贸 el viento.
De un salto regres贸. La despert贸 y alert贸:
— ¡Al ba帽o, al ba帽o, corre y mete una silla!
饾棟饾槀饾棽饾槂饾棽饾榾 饾煯饾煵 饾棻饾棽 饾椉饾棸饾榿饾槀饾棷饾椏饾棽, 饾椇饾棶饾棻饾椏饾槀饾棿饾棶饾棻饾棶.
Fue en punto de las doce de la noche y el primer minuto del jueves.
Sentados, en el ba帽o, le disputaban a Otis, la tormenta, el dominio de la puerta que abre hacia afuera. A tirones la defendieron. El viento la chupaba, ellos la jalaban. Hasta que un golpe sec贸 vino en su ayuda.
Al romper todos los vidrios de la vivienda, la fuerza del viento arranc贸 otra puerta y la dej贸, como palanca que impidi贸 fuesen chupados por la ferocidad de Otis.
La fuerza dio tregua a las dos de la ma帽ana. El rugido de locomotora volvi贸, como a las dos y media, convertido en algo parecido al maullido de un gato. Ella pidi贸 abrir la ventana para que entrase el gato que maullaba. No lo hicieron. Era Otis quien tocaba, con mayor fuerza.
Por una rendija 茅l pudo ver que sus peque帽as habitaciones parec铆an peque帽as licuadoras donde giraban cuadros, vidrios, mesas, sillas, sillones. Todo. Todo giraba.
Una hora despu茅s dej贸 de soplar el viento. El agua a煤n ca铆a a c谩ntaros.
Dormitaron, sentados, hasta las seis de la ma帽ana.
Sin vidrios en todas las ventanas. Inundadas las habitaciones. Peque帽os trozos de hojas verdes, de muchos 谩rboles, parec铆an papel tapiz en las antes blancas paredes.

饾棢饾棢饾棦饾棩饾棓饾棩饾棦饾棥.
饾棟饾槀饾棽饾槂饾棽饾榾 饾煯饾煵 饾棻饾棽 饾椉饾棸饾榿饾槀饾棷饾椏饾棽, 饾椊饾椉饾椏 饾椆饾棶 饾椇饾棶帽饾棶饾椈饾棶.
Los vecinos del condominio salieron, casi igual que ellos, asustados. Comenzaron a barrer vidrios, agua, madera, puertas, ventanas, tela, ropa. Todo. Todo empapado.
El susto en las caras de todos nos dec铆a que Dios nos retir贸 su cari帽o.

— ¿Qu茅 cosa te hicimos, Dios? ¿Qu茅 te hicimos?
Limpiaron, limpiaron, limpiaron hasta caer dormidos empapados en agua de lluvia y el agua salada que dejan las l谩grimas.
— ¿Qu茅 te hicimos, Dios?
饾棭饾椂饾棽饾椏饾椈饾棽饾榾 饾煯饾煶 饾棻饾棽 饾椉饾棸饾榿饾槀饾棷饾椏饾棽, 饾椊饾椉饾椏 饾椆饾棶 饾椇饾棶帽饾棶饾椈饾棶.
Desde la ma帽ana, en la central de la Comisi贸n Federal, que se ve desde el edificio ubicado en la parte alta de Mozimba, miraron a cientos de empleados de la CFE.
Desde ah铆 notaron, la noche anterior, que Acapulco se apag贸 en su totalidad. Ni un foco. Ni un anuncio. Ni una lucecita. La luna tendi贸 su manto y cubri贸 sus tristezas acompa帽ada del absoluto silencio.
Desde temprano, la pareja tom贸 sus mochilas.
Caminaron, entre 谩rboles y postes de luz ca铆dos, hasta la calzada Pie de la Cuesta. El Chedraui, da帽ado por la tormenta, era presa de otro feroz ataque: turbas saquearon comida, ropa, bicicletas, motocicletas, pantallas gigantes y todo.
Todo lo que, en sus manos, e inclusive lujosos autos, cupiese.
Siguieron su camino hasta la Plaza 脕lvarez, conocida como el Z贸calo de Acapulco. Subieron por el barrio de El Pasito. Las tejas con casas incluidas, de los viejos barrios de la ciudad desaparecieron.
En la Iglesia de Nuestra Se帽ora de la Soledad, preguntaron otra vez:
— ¿Qu茅 te hicimos, Dios? ¿Qu茅 te hicimos?
饾棭饾椂饾棽饾椏饾椈饾棽饾榾 饾煯饾煶 饾棻饾棽 饾椉饾棸饾榿饾槀饾棷饾椏饾棽 饾椊饾椉饾椏 饾椆饾棶 饾榿饾棶饾椏饾棻饾棽.
Los 谩rboles del z贸calo yac铆an, vencidos por Otis.
Las golondrinas que s铆 hacen verano todas las tardes, colgadas de los cables del primer cuadro de la ciudad, yac铆an, en banquetas y pavimento, muertas.
Pasaron por el muelle. Gigantesca gr煤a de barcos, con dos enormes plataformas, fueron sacados por el mar y el viento: yac铆an en el muelle.
Al fondo se ve铆an cientos de yates privados, hundidos.
De algunos de ellos sacaron, dicen los marineros, cerca de ochenta cad谩veres de los capitanes que siempre, siempre, siempre, deben quedarse a bordo cuando hay tormentas. Murieron casi todos ellos al hundirse la embarcaci贸n que capitaneaban.
Llegaron a su negocio. Su 谩rbol de mango, sembrado hac铆a casi ochenta a帽os, en el centro de la propiedad, tambi茅n fue vencido por Otis. De ra铆z lo arranc贸.
Ni una sola l谩mina del negocio qued贸 en su lugar.
Ah铆 estaban ellos, algunos de los empleados, refugiados: perdieron, todos, todo. Quedaron sin casa.
La rapi帽a, se enteraron ah铆, segu铆a en los Chedraui, en Sanborn´s, en Woolworth, en Sams, En Walmart, en todos los Oxxos y C铆rculos K. Hasta la miscel谩nea peque帽a de la esquina fue saqueada.
— ¿Y la Guardia Nacional? ¿Y el Ej茅rcito? ¿Y el Plan DN III? ¿Y la polic铆a Estatal? ¿Y la polic铆a municipal?
Nadie. Nadie. Nadie de ellos estuvo ah铆. Nadie.
Volvieron, de raid, entre saqueadores que corr铆an con el bot铆n gritando: ¡hay que rapi帽ear, que el mundo se va a acabar!
Ella subi贸 a la limpieza de casa. 脡l baj贸, machete en mano, a unirse a los vecinos. A machetazos comenzaron a cortar los pesados 谩rboles que obstru铆an la entrada a los edificios.
饾棪谩饾棷饾棶饾棻饾椉 饾煯饾煷 饾棻饾棽 饾椉饾棸饾榿饾槀饾棷饾椏饾棽.
Los empleados de la CFE se reun铆an all谩 abajo, en la estaci贸n de distribuci贸n el茅ctrica. No paraban. Todos lo vimos. Luego se les unieron los de Telmex.
— ¿Y nuestros gobiernos?
All谩, por el mercado central, se escucha una explosi贸n. Le siguen columna de humo negro, gris, blanco. Estall贸 un centro de distribuci贸n de gas dom茅stico cuando algunos quisieron robarlo para regalarlo.
El fuego comenz贸, se desarroll贸 y extingui贸 solo. Nadie lleg贸 a apagarlo.
Sin luz, sigui贸 la escasez de agua. Ni c贸mo comprarla. Ya no hay mercado que la venda. Otra: sin luz, los bancos y los cajeros autom谩ticos no funcionan. El dinero comenz贸 a perder, aqu铆 en Acapulco, valor.
Sin comunicaci贸n nos enteramos que el presidente dijo, en su Ma帽anera, que en Acapulco ya hab铆a luz, agua y que la gente estaba feliz.
La triste realidad tiene otros datos: No hay luz, no hay agua, no hay limpieza de calles, no hay verg眉enza. Los gobiernos abandonaron a los acapulque帽os.
Como en ese peque帽o condominio, en muchas otras calles de la gran ciudad, los vecinos comenzaron a organizarse.
Limpian su calle y amontonan desechos con escombros a la espera del carret贸n de la basura que tal vez llegue. Tal vez para abril o para mayo. O tal vez jam谩s vendr谩.
Por la noche terminaron la tarea: los pesados 谩rboles que obstru铆an la entrada del edificio fueron retirados ante la solidaria ayuda de otro vecino: lleg贸 con una moto sierra y Zas: ¡Se llamaban 谩rboles ca铆dos!
Por la noche, antes de dormir, vieron que la energ铆a el茅ctrica comenzaba a llegar al puerto: el fraccionamiento Joyas de Brisamar ya tiene luz.
— ¡Primero los ricos! ¿O, c贸mo era?
饾棗饾椉饾椇饾椂饾椈饾棿饾椉 饾煯饾煹 饾棻饾棽 饾椉饾棸饾榿饾槀饾棷饾椏饾棽
Los trabajos de Telmex, como los de la CFE, dan algunos resultados. En algunos lugares de Acapulco se instalaron centros para recargas el茅ctricas de tel茅fonos m贸viles. En algunos lugares, tambi茅n, se alcanza a recibir la se帽al de la telefon铆a celular.
Acapulco sigue sin luz, sin agua, sin comunicaci贸n, sin plan DN III, sin Guardia Nacional, sin polic铆as estatales, sin polic铆as municipales.
Cuando los gobiernos se ausentan, otros poderes ocupan su lugar. Este d铆a, grupos organizados de ciudadanos, se hicieron con las estaciones abastecedoras de gasolina: regalaron miles de litros a ciudadanos que anhelan el combustible para huir de la ciudad que comienza a ser un fantasma.
— Dicen que fue la ma帽a la que rob贸 y regal贸, cual Robin Hood coste帽o, la gasolina. ¿Qu茅 es la ma帽a que se legitim贸 e hizo buena, ante la ausencia del gobierno?
Por la tarde son invitados a reuniones con vecinos fuera del condominio. En cada calle, en cada esquina, anuncian los evcinos, ser谩n instalados retenes ciudadanos. Se cierran las calles a las seis de la tarde y se abren a la seis de la ma帽ana.
— “Es que, como no hay gobierno, han comenzado los asaltos a casas. El vandalismo ha pasado de saquear tiendas a saquear casas”, argumentan.
Ya est谩. Es un toque de queda ciudadano.
Por la noche, dicen las noticias que La reconstrucci贸n de Acapulco lleva un ochenta por ciento y que s铆 hay luz, agua, bancos y que todos son felices.
S铆 hay felices: otra colonia ha recibido el privilegio de recibir energ铆a el茅ctrica, El fraccionamiento Las Brisas.
— ¡Primero los Ricos! ¿O, c贸mo era?
饾棢饾槀饾椈饾棽饾榾 饾煰饾煬 饾棻饾棽 饾椉饾棸饾榿饾槀饾棷饾椏饾棽 饾椊饾椉饾椏 饾椆饾棶 饾椇饾棶帽饾棶饾椈饾棶.
Acapulco sigue sin luz, sin agua, sin comunicaci贸n, sin plan DN III, sin Guardia Nacional, sin polic铆as estatales, sin polic铆as municipales.
Pero con gasolina que ciudadanos robaron de las estaciones de servicio y regalaron a otros ciudadanos que inauguran caravanas de autos que hacen largas filas por las carreteras que va a la Costa Grande, por la que va a la Costa Chica y la que va a la Ciudad de M茅xico.
Ha comenzado un 茅xodo de acapulque帽os.
Unos vienen y se llevan a sus familiares. Otros se van para volver luego. Otros se han cambiado a ciudades cercanas, como Chilpancingo.
— ¿Por qu茅 no llega la ayuda particular, como pas贸 con otros fen贸menos, como Paulina o Ingrid y Manuel?
Al salir del Acapulco fantasma, se enteran que los gobiernos han propagado informaci贸n falsa. Dicen que en Acapulco hay luz, agua, v铆veres y que los acapulque帽os est谩n felices.
En el 茅xodo, de lo particular a lo general, contamos: en el condominio de la pareja viv铆an 35 familias. Hoy quedan siete. M谩s o menos as铆 en toda la ciudad. Cada vez hay menos gente.
Lunes 30 de octubre por la tarde.
脡l sali贸 en su auto, con la gasolina que le regalaron en el centro de la ciudad. Supo que al fin hay una gasolinera que vende el combustible. Llena su tanque y regresa por ella.
Toman camino. Bajan, desde Mozimba, a la calzada Pie de la Cuesta. Cerca del pante贸n de San Fernando ven algunas ambulancias y camiones del gobierno de San Luis Potos铆. Ven que otra gasolinera tiene una pipa que surte combustible.
Ven los primeros camiones con soldados y su brazalete que dice: Plan DN III. Toman por costera rumbo a la base naval. Las palapas de todos los restaurantes de playa est谩n destruidas.
En el entronque de v铆a r谩pida ven, al fin, a dos agentes de tr谩nsito dirigir el escaso tr谩fico. Al llegar al parque Papagayo se sorprenden.
— ¡Ah, cabr贸n!, reaccion贸 茅l. ¡S铆 hay y hubo ayuda del gobierno federal!
Desde el Parque Papagayo, hasta la base naval, camiones con guardias nacionales, soldados, helic贸pteros que vuelan y aterrizan ah铆, en esa base.
Por muchas esquinas hay toldos moraditos, con el logotipo del gobierno federal. Hay atenciones m茅dicas. Soldados operan un camionsotote con una planta que regala garrafones con agua potable.
— ¡Ah Cabr贸n! ¿El pendejo soy yo, entonces? Reflexion贸.
Y as铆, hasta que suben y luego bajan por la avenida Esc茅nica para observar que fue falso que el hotel Princess fue destruido en su totalidad, pero comprobar que los lujosos condominios de la zona, s铆 est谩n destrozados.
El panorama, le duele en el alma, cambia. Otra vez no hay polic铆as municipales, estatales, guardias nacionales ni Plan DN III. El apoyo es para unos cuantos.
Toman camino al centro del estado.
Al llegar les muestran las noticias: dicen que nom谩s hubo 45 muertos, que el presidente adelantar谩 los dep贸sitos bancarios a todos los viejitos y j贸venes. Que enviar谩 planchas, refrigeradores y licuadoras a los damnificados.
Los que perdieron sus casas con techos de cart贸n en todo el anfiteatro. Los capitanes de todos los barcos que se hundieron en la bah铆a. Los miles afectados en Pie de la Cuesta o San Isidro y El Conchero.
Todos ellos tienen otros datos.
Excelente que les depositen sus pensiones en los bancos pero
— ¿Sin luz, en qu茅 cajero sacar谩n su dinero?
Esta es la triste historia de que siempre, siempre, siempre, en estos gobiernos, todos somos iguales.
Nom谩s que algunos son m谩s iguales que otros.
— ¡Primero los ricos!
— ¡S铆 se帽or!
— ¿O, c贸mo era?(饾槾饾槳饾槸饾樀饾槮饾槾饾槳饾槾饾槬饾槮饾槰饾樁饾槮饾槼饾槼饾槮饾槼饾槹.饾槫饾槹饾槷.饾槷饾樄).

#饾棨饾槀茅饾棻饾棶饾榿饾棽饾棙饾椈饾棖饾棶饾榾饾棶. 馃彙 馃挋

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饾棩饾棽饾棸饾椉饾椈饾椉饾棸饾椂饾椇饾椂饾棽饾椈饾榿饾椉 饾棶 饾棗饾棶饾椈饾榿饾棽 饾棛饾椂饾棿饾槀饾棽饾椏饾椉饾棶 饾棜饾棶饾椆饾棽饾棶饾椈饾棶 饾棽饾棿饾椏饾棽饾榾饾棶饾棻饾椉 饾棻饾棽饾椆 饾棞饾棧饾棥, 饾椉饾椏饾椂饾棿饾椂饾椈饾棶饾椏饾椂饾椉 饾棻饾棽 饾棖饾椉饾椊饾棶饾椆饾棶, 饾棜饾椏饾椉.

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